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ENEHAMA BENIJIME HARBA POR SALIR UN DÍA MÁS
ENAGUAPA ACHA ABEZAN. PARA ALUMBRAR LA NOCHE.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Los misterios de la vida después de la muerte


Hay quien después de haber tenido una experiencia cercana a la muerte, asegura haber visto las mismas señales, luces y seres de éter. Personas en distintas partes del mundo con la misma visión ¿Coincidencia o verdadera vida en el más allá?

Durante muchos años ha sido motivo de estudio y debate una característica común de las ECM (experiencias cercanas a la muerte), y es que la mayoría de las personas que han pasado por esta situación describen sobre todo 2 cosas. Una luz al final de un túnel y una sensación similar a flotar sobre el propio cuerpo.

Un equipo medico ha tratado de dar sentido científico a estas señales.

Esas visiones en el umbral de la muerte son algo más que conocido por miles de testimonios de los que han vuelto a la vida tras una muerte clínica, e incluso el cine y la literatura nos ha traído esas imágenes, y hay miles de foros y blogs donde la gente cuentas sus experiencias, pero la pregunta es: ¿si estas visiones no fueran el umbral del cielo o la muerte y fuera un simple mecanismo de respuesta físico?

El equipo de la doctora Zalika Klemenc-Ketis, de la universidad de Maribor (Eslovenia), intenta dar una nueva respuesta científica a estas experiencias.

Para ello, analizaron los casos de 52 personas que habían sufrido un ataque cardíaco, de los cuales 11 habían experimentado estas percepciones (experiencias cercanas a la muerte o ECM).

En casi todas estas dos características aparecían:

1. Flotan sobre su cuerpo físico, observando todo el acontecimiento y perciben que poseen otro cuerpo. Suelen presenciar su cuerpo inerte en la cama o quirófano.

Escuchan y ven cómo se les declara fallecidos.

2. Se van elevando y atraviesan por un oscuro túnel. A veces es un movimiento por una escalera o un vacío oscuro, el cual se traviesa con relativa rapidez y muchas veces con la sensación de estar flotando.

Pero, ¿Por qué se ve una luz al final de un túnel o se experimenta alegría?

La conclusión fue en que en estos casos de ECM suele darse un denominador común: un aumento de dióxido de carbono en la sangre que es provocado por el paro cardíaco.

La privación de oxígeno también fue determinada como otra de las causas de las ECM.

La falta de oxígeno en el cerebro podría ser la causante de estas experiencias. Otros estudios añaden también tras causas: aumento de dióxido de carbono en sangre y la anoxia.

Pero la verdad es que la doctora no descarta que ese túnel se vea por efecto del subconsciente: “Hay que seguir estudiando este tipo de casos, todavía estamos en el comienzo”, explicó, en palabras recogidas por Livescience, la doctora Klemenc-Ketis, ya que su equipo no pudo determinar con exactitud si la existencia de esos niveles de dióxido de carbono se debían únicamente al paro cardíaco o también a una condición preexistente en el individuo estudiado.

De igual manera tampoco se pudo determinar si estas ECM estaban relacionadas con una de las causas más aceptadas desde el punto de vista científico: la anoxia (muerte neuronal por falta de oxígeno en el cerebro).

La privación de oxígeno en el cerebro lleva estudiándose décadas para dar respuesta a las ECM. Ya en 1993, la doctora Susan Blackmore, autora del libro Dying to Live: Near-Death Experiences, explicaba que experiencias de este tipo, tales como una euforia desmesurada o caminar hacia una luz al final de un túnel eran síntomas típicos de la falta de oxígeno en el cerebro.

En lo referente al dióxido de carbono sí existen estudios donde se relaciona la inhalación de dióxido de carbono en mayores cantidades a lo habitual (como por ejemplo en lugares de gran altitud) con alucinaciones muy semejantes a las descritas por los que han vivido una E.C.M.

Pero mientras la ciencia sigue intentando dar sentido a este tipo de visiones en el umbral de la muerte, sigue abierto el debate , ¿estas visiones son fruto de algo fisiológico o de algo sobrenatural?. Quizás algún día tengamos las verdaderas respuestas.


jueves, 27 de noviembre de 2014

ASANTEMIR LA MEMORIA DE LOS GUERREROS SAGRADOS


Con mi despertar agitado, bañado en sudor y con la sensación latente de haber estado en la cumbre, en aquel lugar, donde suspendido en el aire, vigilaba cual dueño y señor mis pasos por las sendas de la memoria, invitándome bajo sus alas a sentirme orgulloso de todo aquello que nos une a nuestro pasado cargado de esa ancestralidad de la que su vuelo nos hace libres en el tiempo; sólo entonces recordé su nombre, "El Guirre".

Asantemir, la memoria de los guerreros sagrados.

«Los Asantemir era gente sagrada, muy respetada m’hijo. Eran de pelo rubio, ojos claritos y con cuerpos como mulos; ahí mismo, en la morra donde está la iglesia del Escobonal, tenían sus cuevas donde vivían».
Con estas palabras de mi abuelo, Isidro Hernández, más conocido en la comarca de Agache (Tenerife) como Isidro Coche, descubríamos aquel verano de 1987 la desconcertante tradición de los enigmáticos guerreros Asantemir o Axaentemir. Ya había referencias bibliográficas en cuanto a su nombre, pero ninguna que hablara sobre su cometido como combatientes protegidos por la divinidad. Hoy, como veremos a continuación, la memoria oral y el estudio filológico han rescatado del olvido a estos peculiares guerreros del pasado isleño.
Linaje sagrado
Conformados en una casta de guerreros sagrados, los Asantemir, que combatían tanto en el mundo físico como en el espiritual, eran seleccionados de entre aquellos niños concebidos durante una celebración muy especial: la Noche del error. Como parte de los rituales propiciatorios que, dedicados a la fecundidad, se desarrollaban durante las fiestas caniculares o beñesmer, hombres y mujeres en edad fértil mantenían relaciones sexuales en campos plantados de cereales. Cegados por la oscuridad nocturna, el contacto se practicaba sin conocer la identidad de la otra persona.
Nueve meses más tarde, las criaturas nacidas de este ritual eran entregadas a los samarines para su educación como miembros de las distintas castas sacerdotales o, en determinadas circunstancias, para su preparación como guerreros Axaentemir. De esta manera, quizá un tanto cruel para los hábitos actuales, se conseguía el desarraigo social de un sujeto que, ajeno a la personalidad de sus progenitores, vivía hasta el final de sus días el signo sagrado de su nacimiento y, por tanto, su condición de hijos de una divinidad a la que rendían obediencia.
De elevada estatura, por lo general rubios y de ojos azules, los Axaentemir eran los primeros en acudir al combate. Especie de cuerpo de elite, su sola presencia imponía respeto en cualquier lugar de la Isla. Variaba su número en cada menceyato, pero nunca superaban los 12 integrantes. Vivian en zonas apartadas de la comunidad, pero justo en puntos estratégicos que dominaban las comarcas a las que pertenecían. Imbuidos de un pleno compromiso espiritual con Achaman, deidad a la que veneraban entregando su vida, en el plano terrenal se sujetaban a los dictados del mencey, pero siempre y cuando esas órdenes no entraran en contradicción con los preceptos de su divinidad, el Centelleante, la única autoridad real que colocaban por encima de ellos.
Vestían una piel de cabrito a modo de capa, de color rojo y negro, terminada en punta por la parte delantera y corta por encima de la cintura. Cubrían sus partes con una tira de piel triangular que les caía delante y detrás, aunque se despojaban de estas prendas para entrar en combate, algo recurrente también en otras culturas. La desnudez en la lucha era símbolo de valentía, de ausencia absoluta de temor a la guerra y la muerte, puesto que se sabían protegidos por la divinidad. Un mensaje directo para un  adversario que lo sabía interpretar perfectamente: en esa lucha, sólo saldría un ganador vivo. Era, pues, una acción intimidante.
Llevaban el pelo recogido en un moño que ajustaban a la base del cráneo y alrededor de la cabeza usaban una tira de cuero trenzado, cuyos extremos dejaban deslizar delante de los hombros. Dichas puntas se adornaban con conchas marinas, rematadas por una pequeña piedra negra de basalto. Para dirigirse al combate, se pintaban dos líneas gruesas en la parte frontal de los hombros, una de color negro y la otra de color rojo.

En particular, la tradición cuenta que el asentamiento de los Axaentemir  en la región sureña de Agache fue decretado por Benchomo, mencey de Taoro, tras la irrupción de los castellanos y la alianza de colaboración que pactaron con el cercano menceyato de Güímar. Benchomo ordenó su establecimiento en el lomo donde hoy se ubican el Museo Arqueológico y la Iglesia, zona que ha recuperado ese nombre, con la misión de custodiar la comarca desde la ladera donde se halla el hotel Don Martín hasta el margen del barranco de Erques.
Estudio filológico
En su libro A través de las Islas Canarias, el farmacéutico Cipriano de Arribas y Sánchez (1900) recoge la noticia más antigua de las disponibles acerca de este territorio adscrito en la actualidad al municipio tinerfeño de Güímar: «Entre sus pagos citaremos el Escobonal, llamado en lo antiguo Agache y en lengua guanche Axaentemir, significa guerrero; está en la carretera misma. Parece que hay en esta localidad piedras de filtrar agua». Por aquellas fechas, también el médico chasnero Juan Bethencourt Alfonso (1880) se hizo eco del dato a través de una escueta mención en la Historia del Pueblo Guanche (I): «Axaentemirg Tierras en Abona. Arribas». Y ahí concluyen las escasas alusiones documentales (registros escritos de la oralidad popular, para ser más precisos) a estos misteriosos personajes.
Con las lógicas incertidumbres que impone siempre el estudio de hablas ya desaparecidas, el análisis lingüístico y la traducción del vocablo revelan una imagen que concuerda por completo con el testimonio oral. Según el historiador y doctor en Filología Ignacio Reyes (2009), el sintagma axaentemir constituye una proposición nominal, assa-ən-təmirt, formalizada por tres ingredientes: el primer término, el nombre verbal assa, indica el ‘hecho de llegar, arribar, presentarse’ o ‘estar convenientemente desarrollado’; a continuación, la preposición ən, ‘de’, introduce el complemento determinativo, representado por el substantivo femenino tamərt o, con el preceptivo estado de anexión, təmirt, ‘signo fasto o favorable’ que se obtiene en las prácticas mágicas. Por tanto, el enunciado axaentemir o, como pronunciaba mi abuelo, asantemir notifica la ‘llegada o desarrollo de la señal propicia’.
Sin duda, la presencia de este grupo de hombres con amparo sobrenatural y misión protectora responde bien a esa denominación, pero en ningún caso se trata de un tipismo isleño. Como recuerda el Dr. Reyes, ocurre otro tanto en la milenaria cultura amazighe (o bereber), aún vigente en el África septentrional, a la que pertenecían las antiguas comunidades del Archipiélago:

Cada fracción posee un clan, como sucede con los inflâs del Sus marroquí o los Ait ‛Auwâm del Atlas Medio por ejemplo, que, en ocasiones graves o muy señaladas, personifica el honor de toda esta división tribal, cuya defensa asume como una tarea vital permanente e inquebrantable. Así lo demuestra en el campo de batalla, al que acude en primer lugar con un arrojo característico (Marcy 1929: 138-139). Es esta entidad la que parece poder identificarse con los asantemir registrados en Tenerife. No obstante, a éstos se les adjudica una expresa protección sobrenatural, circunstancia que en Canarias se había documentado sólo para el caso de Hautacuperche (Haw-takkubert), el gomero ejecutor de Hernán Peraza que habría ‘nacido con buen presagio’. La etimología de este nombre y la historia del personaje destacan que se trató de un sujeto protegido por las divinidades de la comunidad, el cual debía presidir todos los actos sociales de alguna importancia para favorecer una realización exitosa, como corresponde a los famosos hombres mascota del mundo amazighe continental.

Destino marcado
Después de la muerte de Benchomo en la batalla de Aguere y la rendición de El Realejo, el destacamento místico asentado en Agache dio por finalizada la misión que se le había encomendado. Narra la tradición oral que se inmolaron en un suicidio ritual desde los altos de la comarca que custodiaban. Todavía se localiza en las inmediaciones un topónimo conocido como la Fuga del Muerto, donde la memoria popular sitúa el lugar por donde se “desriscaron”. Cumplían así con la obediencia jurada, un día ya más o menos lejano, de entregar su vida y destino al centelleante dios Achaman.
(Fernando Hernández, en: Blog Cronicas del Guirre)


Bibliografía
Arribas y Sánchez, Cipriano de. 2004 (1900). A través de Tenerife. Tenerife: Idea, p. 193.
Bethencourt Alfonso, Juan. 1991 (1880). Historia del pueblo guanche. Tomo I. Su origen, caracteres etnológi­cos, históricos y lingüísticos. La Laguna: F. Lemus Editor, p. 408.
Reyes García, Ignacio. 2009. Informe acerca de la voz Asantemir [en línea]: <http:>. [Consulta: 30-IX-2009]. Islas Canarias: Fondo de Cultura Ínsuloamazighe.</http:>
                                                                                                 



martes, 25 de noviembre de 2014

Achun Magec, la renovación del ciclo

 


Todos los pueblos antiguos han prestado especial atención a la llegada del solsticio de verano como parte de sus ritos ancestrales de cambio estacional.
El Achun Magec (sol nuevo) para los Guaxit (legitimo) de la isla de Guina (Tenerife) es un cambio de ciclo en las energías sutiles de la vida y la naturaleza, marcadas por el aspecto femenino de Magec.
Fue uno de los primeros rituales en los que participe siendo niño guiado por mi abuelo, por lo que guarda no solo un profundo significado para mí en lo aprendido, sino en la trascendencia de renovar cada año el pacto de renacimiento con los maxios (espiritus de los desencarnados) y deidades.
CAMBIO DE CICLO
La celebración del Achun Magec está determinada por las fases de Guamulan que observada desde la finalización del Tabordo (inicio de la siembra), determina el inicio de la celebración del año nuevo para los Guaxit con una duración de cuatro días.
La ceremonia no obedece a una simple celebración. Tiene toda una explicación profunda que forma parte de las creencias ancestrales de los antiguos.
La llegada del Achun Magec se transformaba en las comarcas de la isla, en un acontecimiento muy importante. Los distintos auchones (unida familiar) de la comarca se congregaban antes de la salida de Magec, en los lugares determinados para esta celebración, que no eran los que a diario se utilizaban para hacer el saludo matutino a la deidad.
Justo cuando Magec “estallaba” en el horizonte con su característico fulgor anaranjado, el canco que guiaba la ceremonia, pronunciaba la oración de bienvenida y derramaba el ganigo con la leche de cabra, mientras todos los concurrentes, gritaban por tres veces ¡¡Achun Magec!!
Junto a ello se realizaba la rogativa individual con lo que cada uno queríamos en el nuevo ciclo que comenzaba y se despedía cariñosamente a los maxios de los antepasados que habían sido convocados el 21 de marzo para cuidar de las cosechas plantadas en el Tabordo, dándoles las gracias por su trabajo. Y se finalizaba compartiendo los alimentos con los presentes, que cada auchon había traído a la celebración.
RITUALES PROPICIATORIOS
Durante los tres días siguientes se realizaban varias ceremonias coincidiendo con este nuevo ciclo.
Entre las noches del segundo y tercer día, en los campos que habían sido cosechados en los días anteriores, perteneciente a la casta de las maguadas (mujeres sagradas) tenía lugar la que ha quedado en la oralidad con el nombre de “la noche del error”.
Consistía en que hombres y mujeres en edad de “merecer”, que no fueran padres o madres, amparados en la oscuridad de la noche tenían relaciones sexuales en estos campos, custodiados por Axantemir (guerreros sagrados) para que no hubiera ningún tipo de perturbación física ni energética en el cometido de los allí concurrentes. Los niños nacidos de esta noche, nueve meses después, eran entregados en las sámaras para su cuidado y educación por ser considerados hijos de la divinidad y que en el futuro pasarían a formar parte de los distintos clanes sacerdotales.
En estos días también los jóvenes varones depositaban flores y frutas a las puertas de los tesegues (cabañas) de la joven Guaxit para que, al amanecer, si ella retiraba estos presentes de sus tesegues dieran principio a su acontecimiento a ser cortejada por su enamorado y así poder pedir consentimiento a su auchon para formar pareja.
El ultimo día del Achun Magec, la mujer del jefe del auchon, se presentaban en los lugares donde se había dado comienzo a esta celebración y recogían de manos de las maguadas las semillas consagradas que debían sembrarse en la próxima festividad del Tabordo.
Por último, a la caída de la noche en cada comarca, se encendían grandes hogueras llamadas “fuegos del testimonio” para celebrar la Amena (justicia) de los casos más graves y que no se podía dilucidar la culpabilidad del acusado. Todo aquel que viera estas hogueras estaba obligado por la divinidad a presentar su testimonio, a favor o en contra, contra el procesado.
CARÁCTER SAGRADO
Después de varios años de informar sobre esta celebración sagrada, muchos colectivos culturales la han dado a conocer con representaciones en su forma, pero no así su esencia.
Recuerdo preguntarle a mi abuelo que si por algún motivo no podía estar físicamente en el lugar, para celebrar al amanecer la llegada del nuevo ciclo, me contesto que si mi intencionalidad era la adecuada y aunque estuviera a miles de kilómetros, solo con imaginar estar, el pacto se produciría pues aunque estuvieras en el lugar sosteniendo el ganigo pero tu intencionalidad fueran las formas y no la esencia, no serviría más que para alimentar tu ego.
Que este nuevo ciclo venga preñado de abundancia y alegría para tod@s.
¡¡Achun Magec!! ¡¡Achun Magec!! ¡¡Achun Magec!!
Fernando Hernmandez
(Publicado por Crónicas del Guirre en: La Voz de La Palma)



lunes, 24 de noviembre de 2014

Los ritos y creencias para la muerte entre los antiguos

La muerte es el destino inevitable e inaplazable de todo ser humano. Una etapa en la vida de todos los seres vivos que constituye el horizonte natural del proceso vital.

La muerte es la culminación prevista de la vida, aunque incierta en cuanto a cuándo y cómo ha de producirse; forma parte de nosotros porque nos afecta y apena a quienes nos rodean. La actitud que adoptamos ante el hecho de que hemos de morir determina en parte cómo vivimos y como somos.
Los antiguos tenían todo un cuerpo de creencias, tendentes en gran manera, a dar respuesta a esa partida al final de nuestro camino vital. Entendían la vida como un acontecer de experiencias que “curtían” el maxio (espíritu) para poder recuperar la esencia sagrada de la que todos estamos erigidos y regresar al seno de la luz de Magec, teniendo que pulir esos aspectos no resueltos, mediante la espera en el mundo de transición, para volver a este plano antes de la partida definitiva a la luz creadora.
Los conceptos de “infierno” y “cielo” como hoy se contemplan desde la óptica católica, no estaban en sus creencias; por el contrario, cada individuo desde que nacía poseía un equilibrio entre los dos aspectos positivo y negativo que eran responsables desde esa individualidad, para construir a través de sus experiencias existenciales el acontecer de su maxio a la hora del óbito del soporte físico.
No temían a la muerte con el concepto doloroso y de final físico desde la que hoy se enfrenta este paso vital; lo que les hacia apreciar y disfrutar de esta senda que llamamos vida.
PREPARACION DEL CADAVER
Cuando alguien fallecía, se ponía en marcha los mecanismos de creencias y técnicas mortuorias de la sociedad de los antiguos. El cuerpo del difunto era puesto a la puerta de su morada y se esperaba a la caída de la tarde (sol de los muertos) para hacer sonar el bucio con unos inconfundibles toques cortos seguidos de uno largo y descendente.
Los habitantes de los auchones (unidad familiar nativa) cercanos, al oír estos sonidos del bucio, les avisaba de que alguien había emprendido el camino al “otro” lado.
Estos toques característicos de bucio eran la llamada para que los Iboibos (apartados), los individuos que se encargaban de preparar al difunto para su enterramiento, vinieran a recoger el cuerpo, guiados por la gran hoguera que se hacía en los alrededores de la morada del fallecido.
Si la fallecida era una mujer, las mujeres Iboibos se encargarían del tratamiento y conservación del cadáver; si por el contrario era un hombre, los varones de esta casta serian los encargados del cuerpo.
Siempre en absoluto silencio, pues su condición de impuros por tener trato con los cadáveres les hacía intocables por los demás ciudadanos a los que nunca les dirigían la palabra, se encaminaban al hogar del difunto con sus gánigos de madera donde llevaban los ingredientes para sus operaciones. Tan intocables era su condición que podían pasar de una comarca a otra sin que nadie se lo impidiera, aunque fuera en tiempos de guerra. Se le distinguía por su tamarca blanca que les llegaba hasta los pies, además de llevar la cara y los brazos pintados también de blanco.
Llegados a las inmediaciones del auchon del muerto, los concurrentes que se habían desplazado al lugar empiezan a increparlos con gritos y amagos de tirarles piedras, mientras otros lloran desconsoladamente.
Todo obedece a un ritual encaminado a congratularse con el extinto, a través de las muestras de dolor y llanto desconsolado, pues para los antiguos, el espíritu del muerto permanecería entre los vivos durante diez días después del óbito, motivo por lo que se hacían estas exageradas escenas de dolor.
Dos de los Iboibos, sacan al muerto atado con fuertes correas de piel a todo su cuerpo para que no perdiera la posición de decúbito supino, para ser llevado hasta el lugar donde se le prepararía sus restos, mientras un tercero recoge brasas de la hoguera que serán utilizadas en los preparativos.
La duración en las preparaciones del cadáver dependía del estatus social del individuo.
Para cada casta social se establecía una duración de seis días para los achicasna (pastores y agricultores) y achicanay (carniceros, apartados), nueve días para los chaureros (jefe de la unidad familiar) y clanes sacerdotales, que eran los primeros y segundos estratos sociales. En el caso del estrato superior en la sociedad de los antiguos eran de quince días para los achiquitixos (familia del Mencey) y el Mencey (jefe comarcal).
En el caso de los achicasna y achicanay, la preparación del cuerpo se reducía a la decarnación mecánica del cadáver, mediante la separación de la carne hasta dejar los huesos limpios o la decarnación natural que consistía en dejar el cuerpo desnudo en un punto destinado al efecto, para que las aves carroñeras como cuervos y guirres se sirvieran del difunto hasta dejarlo en estado esquelético.
Para el caso de los chaureros, clanes sacerdotales, achiquitxos y Mencey la manipulación común de los restos era el mirlado, que consistía en la desecación del cadáver. En esta circunstancia, también contaba el poder “económico” del difunto que daba como resultado la distinción de la momia a la hora de la minuciosidad en las preparaciones para conservar el cuerpo y de la calidad de las pieles que se utilizarían para envolverlo.
La preparación de los cadáveres las castas pudientes, los Iboibos empezarían extrayéndole las vísceras abdominales o en otros casos dejándoselas, para lavar después el cuerpo con agua salada donde previamente se habían cocido frutos de mocán y leche de cardón. Después se le llenaría el abdomen con almagre, cenizas de corteza de pino, piedra pómez y manteca de ganado, para posteriormente ponerlo colgando encima de un hueco tan largo como el difunto y de unos veinte centímetros de profundidad.
Este hueco se colmaría con una capa de callados de mar, brasas, troncos secos de tabaiba dulce y culminada por una fina capa de picón. Ahí se le tendría, noche y día, dándole vueltas para que la acción de las brasas y el humo desecaran por completo el cadáver. Cuando el cuerpo estaba convenientemente enjuto, se embadurnaba el cuerpo con cebo de cabra hervido con resina de pino que le conferían un aspecto “achocolatado” y se le envolvía en finas pieles de cabra, tantas como pudiera permitirse la familia del difunto; la tradición oral cuenta, que el cuerpo mirlado del Mencey Benchomo, fue envuelto con nueve capas de finas pieles de baifo de color rojizo y negro, algo que nos da una idea de la importancia social del difunto Mencey.
El lugar donde se realizaban estas manipulaciones siempre estaba fuertemente vigilado por guerreros que custodiaban el entorno de miradas indiscretas. A la terminación de estas operaciones, los Iboibos regresaban con el cuerpo del fallecido ya convertido en un chajajo (cuerpo momificado) al auchon del difunto. Al llegar hasta el mismo, tendrían idéntico recibimiento que en días pasados.
Siempre en silencio y sin inmutarse a lo que sucedía a su alrededor, depositaban el cadáver al lado de la hoguera y, como habían llegado, se iban.
CEREMONIAS DE ENTERRAMIENTO
El día designado para depositar los restos del fallecido en el lugar establecido, normalmente, una cueva donde reposaban familiares del difunto en el caso de las altas de la sociedad o enterramientos colectivos en para las más bajas. Las gentes que habían acompañado a la familia del difunto en el lugar, continuaban con las muestras de condolencia hacia el finado. Un canco (sacerdote del culto a Magec) guía los pasos del ritual. Antes de emprender el camino hasta el lugar de enterramiento, cada uno de los asistentes saltaba por encima del mirlado o los huesos del difunto, tres veces, mientras mentalmente dedicaban palabras de elogio al fallecido, con la intención de que no se enojara su maxio y evitar que el mismo se les pegara a su campo energético causándole todo tipo de afecciones físicas y espirituales.
Cuando se emprendía en camino al enterramiento, los familiares se colocaban detrás de los restos del fallecido. En el caso de las castas sociales más bajas su manifestación de respeto hacia el difunto consistía en pintarse la cara y palmas de las manos de color blanco, ir descalzos y mirar constantemente al suelo durante todo el trayecto. Las castas más altas, se alborotaban el cabello haciendo que les tapara la cara, también se descalzaban y miraban al suelo.
Cuando se llegaba al lugar de inhumación, los asistentes dedicaban una oración colectiva de despedida, y se marchaban del paraje quedando únicamente el canco y los familiares del muerto.
Depositado ya en la cavidad el chajajo, se solicitaba la presencia de un Samarin (hombre de poder) que tenía la capacidad de conectar con el maxio del difunto para guiarle en su paso al mundo del Luyet (mas allá) el mundo de transición donde iban los maxios de los desencarnados a esperar su vuelta a este plano existencial o partir definitivamente al seno de la luz de Magec; la característica del Luyet era un mundo semejante al plano físico de donde partió el espíritu del difunto, con la diferencia de que todo tenía una suave tonalidad anaranjada, y que los antiguos vislumbraban al amanecer y atardecer de los días.
Mediante un cantico y el humo, producto de la quema de tomillo salvaje mezclado con grasa de ganado, se iba recitando los pasos que el difunto debía dar para transitar al otro lado. Después de que el Samarin certificaba la marcha del espíritu al otro lado, se tapiaba la entrada del enterramiento y se daba por concluido el funeral.
Cuando acontecía que el maxio no quería pasar al otro lado, en la mayoría de los casos por deuda con algún vivo, el Samarin permanecía varios días en la entrada de la tumba pugnando para convencer al maxio de su empeño en permanecer en este plano de la existencia y evitar que las entidades de baja energía espiritual del abesan (oscuro) hicieran presa de él, convirtiéndolo irremediablemente en una entidad maléfica, que causaría daños y enfermedades a la comunidad en cosechas, ganado incluso a los vivos.
Esta batalla entre el Samarin y el maxio del difunto, terminaba con la salida del trance del Samarin y entre las señales físicas de este triunfo estaba el crecimiento anómalo de las uñas del hombre de poder.
CREENCIAS Y CELEBRACIONES EN LOS ESPIRITUS ANCESTRALES
Pasado un año de la partida del maxio al Luyet, los familiares se interesaban por la estancia en el otro lado del espíritu del fallecido y por las inquietudes que este pudiera tener por los que dejo en este plano existencial.
En el caso del fallecimiento acaecido a un Mencey, se organizaba una ceremonia celebrada por toda la comarca tendente a informar al espíritu del antiguo jefe, los progresos de la comunidad bajo el mando del nuevo Mencey y recibir consejo del fallecido en distintos aspectos que afectaran a la comarca.
Se convocaba a los miembros jóvenes de la comarca a partir de los catorce años a presentarse voluntarios para llevar el mensaje de la comarca al Luyet. Este acontecimiento, por lo general y salvo indicación contraria del Guañameña (consejero espiritual del Mencey) era aprovechada por los jóvenes de las castas más bajas para, mediante el suicidio ritual que le acontecería, obtener la nobleza inmediata de toda su familia por su gesto con la comarca.
En un lugar, destinado exclusivamente a esta ceremonia, en lo alto de un promontorio el muchacho elegido, con la frente pintada con cuatro puntos rojos y uno negro, se arrojaba al vacio portando el paquete intestinal que se había conservado desde el día que se había mirlado al Mencey, envuelto en un cesto confeccionado con mimbres después de haber recibido los mensajes que su espíritu debía llevar al maxio del jefe muerto.
Las respuestas eran obtenidas después de una luna, en un rito llevado a cabo por el Guadameña y tres Samarines.
Las castas más bajas y la nobleza, obtenía también este tipo de comunicación con el más allá por medio de otras celebraciones ritualisticas.
El Ajunte (mensaje) celebrada justo antes de la festividad del Beñesmer (ajuste de los ciclos). Conformado en dos partes, ese día, los familiares acudían a los lugares de enterramiento de sus difuntos, para llevar comida y darle los mensajes sobre los acontecimientos que habían ocurrido después de la partida del fallecido.

Por la noche se reunían en ciertas playas que recibían el nombre de bayuyos (recibimiento). Se comía y se contaba anécdotas del difunto en vida, para ya entrada la noche, acostarse a dormir pues se creía que los espiritus vendrían por el mar en forma de brumas o nubecillas y a través de los sueños, trasmitirían las respuestas que habían sido hechas en los lugares de enterramiento.
Estas creencias y costumbres funerarias conservadas en la oralidad de los mayores de nuestros campos, en algunos aspectos, siguieron realizándose hasta los años cuarenta del pasado siglo y perseguidas en muchos casos por las autoridades eclesiásticas que veían practicas paganas en muchas de ellas, cayendo en desuso por las nuevas prácticas llevadas a cabo socialmente en lo que concierne a los funerales después de producirse el óbito de una persona. (Publicado por Crónicas del Guirre)