(Libro inédito)
CAPITULO-XVIII-I
Eduardo Pedro García Rodríguez
APUNTES SOBRE
LA PENETRACIÓN
CRISTIANA EN CANARIAS
Generalmente
las conquistas de unos pueblos por otros suelen ir precedidas de penetraciones religiosas que actúan como
puntas de lanza. En el caso de Canarias, la punta de lanza estuvo en manos del
cristianismo. Esta confección judeo-católica puso sus miras en el archipiélago
desde tiempos remotos. La
Santa Sede erigida en árbitro de los pueblos, vidas y
haciendas, secundada por las turbas
fanáticas cristianas europeas, de la edad media, decide esclavizar y expoliar
las Islas Canarias. Para ello el Papa francés Clemente VI comenzó, regalando el
país canario con la misma facilidad con que se concedía una indulgencia. A
partir de esa decisión tomada unilateralmente, comenzaron a desarrollarse un
cúmulo de males para este pueblo, comparables a las siete plagas bíblicas,
y los cuales aunque atemperados por los usos actuales, preveo que van a continuar
durante mucho tiempo.
FRAILES
El panteón canario, como hemos
visto en un principio estaba compuesto por deidades de origen mesopotámico y
feno-púnicas, e egipcio, cuya Diosa principal es Isthar, Innna, o Isis, la cual pasó a ser Tanit en
Cartago y Tinnit para los pueblos imazighen. Diosa principal del panteón
cartaginés, y de la que abundan grabados con representaciones arcaicas en todo
el Archipiélago Canario como hemos constatado en el capitulo anterior.
Posteriormente, a raíz de que el
imperio comercial y territorial de Cartago fue asumido por Roma, como
consecuencia de la victoria de ésta sobre Cartago en la tercera guerra púnica.
La presencia romana en las Islas está ampliamente documentada, aunque debió ser
breve en el plano temporal, pues apenas dejó huellas en el panteón canario.
Después de la caída del imperio romano las Islas sufrieron un largo periodo de
su historia desconectadas del mundo occidental de la época, perviviendo el
recuerdo de las mismas en el campo de la leyenda y la mitología. Mientras
Europa se hundía irremisiblemente en los negros tiempos de la barbarie de la Edad Media, desde
nuestro Continente fluían oleadas migratorias que nutrían las Islas con nueva
sabia y diferentes culturas, y con ellas, nos llegaron nuevos elementos
cultuales enriquecedores del panteón guanche. Con los imazighen Zanatas se
introdujo la astrolatría, cuya principal divinidad es Magek, representación del
Sol (La Sol) faz
de la Diosa Madre
Chjaxiraxi y creadora dadora de vida, y la Luna. (El Luna), (en el
mundo imazighen, éstos astros cambian de genero) como representación visible de
la Diosa-Madre. El
Sol, al tener carácter femenino entre los pueblos imazighen (beréberes), fue
asociado por éstos a la
Diosa Tanit. Como hemos dicho, en Canarias son múltiples las
representaciones de la Diosa
existentes en los yacimientos rupestres de los santuarios ubicados al aire
libre o en templos naturales, que muestran los atributos de la Sol y del Luna, como
representaciones de la
Diosa-Madre, y de los cuales nos ocuparemos en el capitulo
correspondiente. La ancestral veneración que el pueblo guanche tenía hacía la Diosa-Madre,
Tanit/Tara/Chaxiraxi/Diosa Celeste o de Tajo, Abora, Moneiba, Orahan, hizo
posible que asumiera sin grandes traumas a la imagen de la Virgen de Candelaria, a la
que llamaban-y llamamos- Chaxiraxi, es decir “Espíritu del Cielo” o “La Señora” el mismo nombre que
aplicaban a la Diosa-Madre,
Tanit, sincretismo que la iglesia católica supo aprovechar a su favor.
Veamos
someramente, el proceso de cristianización desarrollado por la iglesia católica
en la culturización y posterior sometimiento del pueblo guanche.
El Papa
Clemente VI, por su bula de 15 de noviembre de 1344, invistió a Luis de la Cerda, nieto de Alfonso el
Sabio, Conde de Talamón, y Almirante de
la marina, de Francia, con la corona de Canarias, con el título de Príncipe de la Fortuna, y le concede los
derechos de conquista de las mismas a cambio de una renta vitalicia de cuatrocientos
florines de buen oro anuales a favor del papado. Después de la
proclamación de Luis de la Cerda
como príncipe de las Canarias, éste organizo un fastuoso desfile triunfal por
las calles de Roma, el cual fue desbaratado por una inoportuna y premonitoria
tormenta.
Pretensión ridícula, según
apunta un autor; el Papa se creía entonces exclusivamente autorizado para
repartir los países “bárbaros”, como se llamaba a los que estaban fuera de la
influencia del papado, y pretendía que la herencia de la tierra estaba
reservada solamente y por un supuesto
derecho de primogenitura, a los practicantes de la religión
judeo-cristiana como decana en el orden de la creación (Sabin Berthelot,
1980:29).
1346,
ya en la actual España, el flamante Príncipe de la Fortuna se presenta en la
corte del rey Don Pedro IV de Aragón, y solicita permiso a este para efectuar
una leva en sus puertos para una armada destinada a la conquista de las Islas
Canarias. Conseguido el permiso de su pariente, el almirante consigue fletar
una armadilla compuesta por tres naves, pero en el transcurso de los
preparativos se ve obligado a desplazarse a Francia, por lo que confía el mando
de la expedición a un Capitán de su confianza. La armada se hizo a la mar y se
sabe que rebasó el estrecho de Gibraltar, perdiéndose a partir de ese punto su
rastro, sin que hasta la fecha se tenga noticias ciertas del fin que tuvo la
misma, aunque hay vestigios históricos que apunta a que esta escuadra o parte
de la misma se dedicó a saltear las costas del continente africano.
En la isla de
Mallorca (España), se crea una cofradía con el fin de recabar fondos con que
enviar un grupo de misioneros a evangelizar las islas, entre ellos se cuentan
los mercaderes (posiblemente traficantes de esclavos) Juan Doria y Jaime
Segarra (1351) con el
beneplácito del Papa Clemente VI. Los misioneros contaban con la valiosa
colaboración de doce esclavos neófitos naturales Canarios
que habían sido victimas anteriormente de expediciones de razzias piráticas
esclavistas, como consecuencia de las expediciones españolas a la costa de
África y a las Islas Canarias a la captura de esclavos y ganados, cueros y
cuanto de algún valor podían saquear, ya que se corrió la voz de lo fácil y
rentable que era el saqueo en el noroeste de África. Por ello, reinando en
Castilla Juan I, hijo de Enrique II, se conciertan en Cádiz muchos sevillanos y
guizpucuanos, los cuales arman navíos
con el propósito de asaltar y saquear la costa del continente por 1377 la flota se hace a la mar.
Durante la travesía fueron sorprendidos por un fuerte temporal que les empujó hacía el suroeste, haciéndoles arribar a la
costa de la isla Lanzarote donde después de un corto reconocimiento decidieron
saquear la isla. A pesar de la débil resistencia ofrecida por los isleños,
consiguieron hacerse con gran cantidad de ganados, cueros, manteca, así como un
número considerable de mujeres y niños, regresando a España con el cuantioso
botín. La riqueza del botín obtenido, incitó la codicia de los aventureros sin
escrúpulos, segundones y a algún noble ábidos de obtener riquezas rápidas aunque
fuesen a costa de la esclavitud de otros seres humanos.
Así, sobre 1380 o 1381, una escuadra compuesta de vizcaínos y guizpocuanos, asaltan
Lanzarote, robando cuanto encontraron a su paso, siendo lo más importante del
botín los esclavos apresados, entre ellos a los régulos de la isla. Conforme
los españoles fueron teniendo noticias más precisas sobre la situación de las
Islas, aumentaron la frecuencia de las incursiones en busca de ganado humano,
no librándose de esta lacra las islas occidentales, estando registrada
cabalgadas en las Islas de Ghumara (la Gomera,) Chinech (Tenerife,) Benahuare (La Palma) y Tamarant (Gran Canaria.)
En fecha no
precisada, pero quizás a partir de 1377,
se produce un desembarco de piratas por la playa de Gando en la isla de
Tamarant (Gran Canaria) de un grupo de 18 mallorquines entre los que se
encontraban dos frailes agustinos. Éstos se internaron tratando de llevar a
cabo un reconocimiento de la isla, siendo interceptados por un grupo de canarii
los cuales les hicieron frente, presenciada la escaramuza desde el navío, los
aventureros que habían quedado a bordo optaron por levar anclas y abandonar a
sus compañeros a su suerte.
PIRATAS
Reducidos
éstos por los canarii, fueron tratados con la humanidad propia en los guanches,
alimentándolos y curándoles las heridas habidas en la reyerta. Repartidos entre
varios cantones de la isla, muchos de estos mallorquines convivieron con los
canarios durante unos cuarenta años, hasta que con la habitual arrogancia
propia en los europeos éstos no sólo trataron de imponer su eurocentrismo a los
canarii, sino que además comenzaron a relajar sus costumbres adoptando incluso
actitudes libidinosas lo que motivó que
comenzara a debilitarse la convivencia, y como consecuencia de este estado de
cosas los isleños decidieron ejecutar a 13 de los invasores, entre ellos a los
dos frailes que fueron arrojados al vacío en la Sima de Jinámar.
Dejaron estos
mallorquines algunas obras en la isla, entre ellas la ermita de Santa Catalina
Mártir, ubicada en Las Isletas, en
Arguineguín una cueva ermita dedicada a Santa Águeda, así como otras en
las aldeas de San Nicolás y en Tirma.
El primer
contacto de cristianos con los guanches de la isla de Chinech (Tenerife) que
tenemos documentado, nos lo proporciona D. Tomás Marín de Cubas, quien nos dice
que en el año 1347 desembarcan
en Adeje posiblemente por el puerto de Los Cristianos, un grupo de aragoneses
quienes trataron de entablar paces
previas a la ocupación de hecho de la isla. Avisado el Rey de la isla que
en aquella fecha lo era Betzenuriga, de la presencia de los extranjeros, se
aproxima a los mismos acompañado de varios capitanes y sus correspondientes
Tabores. Betzenuriga escuchó con paciencia las insolentes propuestas del
Capitán de los aragoneses que le
culminaba a que dejasen de ser idolatras y aceptase el cristianismo como única
religión verdadera. Ante tan impertinente proposición, Betzenuriga le respondió
que ellos ya tenían un Dios llamado Jucancha, y que no admitía tener paces con
los extranjeros, invitándoles a abandonar la isla, advirtiéndole de que si
volvían con semejantes propuestas no saldrían vivos.
El instaurador
del “Reino de la Fortuna”
Clemente VI, erigió las islas del Atlántico en diócesis misional por medio de
la bula Coelestis rex regum (1351)
preocupándose por su auge, los
pontífices Inocencio VI, y Urbano V. La diócesis se erigió en Telde, Gran
Canaria, perviviendo por espacio de medio siglo, Se conocen hasta cuatro
Obispos católicos, Bernardo, 1351,
Bartolomé, 1361, Tarín, 1369 y Jaime Olzina, 1392.
En 1393 una escuadra castellana
invade la isla de Gran Canaria, aprisionando gran cantidad de mujeres y niños
que y sigue rumbo a Lanzarote, donde apresan 160 isleños entre ellos al Rey
Guanareme y a la Reina
Tingua Faya, además de grandes rebaños de cabras, tecinas,
cebo y pieles.
La facilidad
con que podía ser saqueadas las Isla despertó la codicia de muchos aventureros,
piratas y corsarios sin conciencia. En el puerto de La Rochela coinciden un día
del año de 1402 dos piratas, uno
conocido como Jean de Bethencourt y el otro Gadifer de La salle. Ambos eran
miembros de la nobleza francesa, pero no sólo estaban arruinados y con sus
estados hipotecados o embargados, sino que estaban desterrados por causa de una
serie crímenes cometidos. El de La
Salle tenía surta en el puerto una galera con la que se
ganaba la vida asaltando a otras naves sin importarle la nacionalidad o
religión de sus propietarios. Es posible que ambos piratas coincidieran en
cualquier posada del puerto, y tras contarse mutuamente sus cuitas entre copa y
copa de buen vino, Bethencourt hizo participe a su colega de sus proyectos de
invasión y saqueo de unas islas que estaban prácticamente indefensas y donde
las presas de esclavos estaba asegurada de antemano. Seducido el de La Salle por la posibilidad de
pingüe beneficios, aceptó unir su galera a la nave de Bethencourt, para culminar el proyecto. Ante la carencia
de dinero para contratar marinos expertos y avituallar las naves, ambos socios
deciden recurrir a unos parientes, así Jean de Bethencourt obtiene de su primo Robin de Bracamonte un préstamo,
hipotecándole lo que le quedaba de sus estados en Normandía.
El primero de
mayo de 1402, salen del puerto
de La Rochela,
durante el inicio de la travesía les afecto una tormenta dispersándose las
naves y perdiéndose el contacto visual entre ellas. Al cabo de unos días la nao
de Bethencourt arribó al puerto de Ribadeo donde permaneció ocho días durante
los cuales la tripulación se amotinó negándose a efectuar el proyectado viaje
por el entonces mar tenebroso y reclamado los salarios atrasados, la llegada de
La Salle, que
hizo grandes promesas a los amotinados vino a aquietar los ánimos de la
marinería. Desde Ribadeo pusieron rumbo a la Coruña, en el puerto de esta ciudad se encontraba
la Armada de
escocia al frente de la cual estaba el conde Hely, subastando unos navíos que
habían apresado en una operación de corso, teniendo necesidad Bethencourt de un
áncora y un lanchón, pujo por los mismos haciéndolos conducir hasta su barco.
Subidos estos pertrechos a bordo pero como Bethencourt no los había pagado en
el tiempo fijado, un Capitán de la flota escocesa se desplazó hasta el buque de
Bethencourt para reclamarle el pago del bote y el del ancla a lo que éste se
negó, sosteniendo una acalorada discusión. El Capitán escocés se retiró a su
navío con intención de regresar con refuerzos para exigir el pago, en este
intervalo, Bethencourt ordenó levar anclas y poner rumbo a mar abierta. Cuando
el escocés se dio cuenta de la maniobra inició la persecución del estafador con
una goleta, pero no pudo alcanzar al pirata, que acto seguido siguió viaje por
la costa de Portugal y doblando el Cabo de San Vicente, tomó puerto en Cádiz.
Acomodando a su familia en una posada. Mientras tanto, había llegado a Castilla
las reclamaciones de ingleses, genoveses y placentinos, quienes acusaban a
Bethencourt del asalto y robo de varios navíos de los cuales había echado a
pique tres de ellos. Apresado Bethencourt
y confiscado su buque, es conducido preso a Sevilla donde es formalmente
acusado de piratería. Las relaciones de parentesco con altos funcionarios
franceses que estaban al servicio del Rey Don Enrique, le valió para ser
absuelto de sus delitos. Vuelto a Cádiz recupero su barco, pero se encontró sin
tripulación, pues esta estaba una ves más amotinada a causa de las pagas que se
les debía, consiguió el pirata algún dinero con el cual pudo contentar a la
tripulación y contratar a un piloto conocedor de las aguas del Archipiélago
Canario, y ante los apuros económicos que le agobiaban decide partir de inmediato hacía las islas
Canarias para una rápida captura de naturales que llevar al mercado de esclavos
de Sevilla.
Así, el 16 de
julio parte del puerto de Cádiz con sólo 50 hombres de tripulación, dos frailes
aventureros y un grupo de mujeres prostitutas bretonas, dejando en Cádiz a su
mujer.
Después de
tres días de bonanza y cinco de buen viento, dan fondo en puerto Toyenta de la
isleta Grata, (La Graciosa)
cerca de la isla de Titeroygatra (Lanzarote). En su primera entrada en
Titoreygatra no encontraron isleños ni ganados, por ello entendiendo que los
naturales estaban escondidos (como efectivamente estaban ocultos en la cueva de
Los Verdes) en algún lugar recóndito, enviaron a los interpretes Alonso e
Isabel dos esclavos isleños los cuales Bethencourt había adquirido en Aragón,
con el encargo de que comunicara al Rey de la isla de que venían en paz y
querían tratar con ellos, los confiados naturales cuando acudieron a la cita
con el pirata fueron apresados y encadenados.
Los normandos
construyeron un fuerte, y después de una larga serie de hechos (que no entramos
a relatar pues se salen del espacio de este modesto trabajo) y en los que
afloró lo más ruin de esa horda de bárbaros y asesinos aventureros normandos y
castellanos, quienes cometieron las más atroces traiciones, crueldades, y viles
asesinatos en los desgraciados naturales, consiguiendo con estos inhumanos
métodos someter las Islas de Lanazarote, Fuerteventura, Hierro y posiblemente La Gomera, llegando incluso a
hacer alguna incursión en La
Palma y Gran Canaria, donde fueron escarmentados y
rechazados.
A partir
de 1404, Benedixto XIII, por la bula Apostolatus
officium, elevó las operaciones militares de conquista al rango de cruzada,
pero esto no evitó que las islas
continuasen siendo asaltadas por los depredadores esclavistas.
La diócesis
del Rubicón se estableció en 1404, el primer convento minorista en 1414.
La mayor parte
de los naturales de las islas orientales estaban forzosamente cristianizados
hacía 1423 (en Lanazarote,
Fuerteventura) sometidos a la jurisdicción del provincial de Castilla, quien
debía de confirmar a los vicarios después de ser electos misioneros, El
Pontífice Benedicto XIII da testimonio de ello por medio de la bula Illius
celestis agricole, 20 de noviembre de 1424.
El más grave
obstáculo con que tropezaba el adotrinamiento era la pervivencia de la
esclavitud del infiel, defendida por un grupo compacto de doctrinarios
católicos (Egidio Romano y Enrique de Sousa a la cabeza) y combatida por una
minoría de penetrantes teólogos (Inocencio IV, Santo Tomás y Agustín de
Ancona.) La curia pontificia va a
adoptar en 1434 una postura
intermedia que, para el momento, supone un decidido progreso, pero que dejaba
una puerta abierta, por la que los esclavistas podían vender a lo naturales
simplemente acusándolos de infieles, entramado éste en el que participaron
algunos eclesiásticos que no hacían asco al oro viniese de donde viniese.
El cambio
anterior se operó gracias a los informes enviados a la corte pontificia sobre
las verdaderas circunstancias de los naturales canarios con el apoyo del Obispo
católico del Rubicón, Fernando Calvetos, y por el testimonio directo del
misionero fray Juan de Baeza, minorista, y un lego guanche, Juan Alfonso
Idubaren. Eugenio IV, proclamó la libertad de los isleños canarios, pero
que, los “mercaderes” piratas jamás
respetaron.
Las violencias
cometidas por piratas cristianos con los canarios, fue execrada por la bula Regimini
gregis de fecha 29 de septiembre de 1434.
Pero como en casos anteriores no pasó de ser papel mojado en manos
de los gobernantes, parte del clero y piratas disfrazados de mercaderes
europeos.
En cuanto al
núcleo misional de Tenerife, radicado en el sur de la isla, más concretamente
en Candelaria (Menceyato de Gúímar) contó desde un principio con poderosos
valedores que contribuyeron a dar al mismo inusitado auge, ante la posibilidad
de someter a la isla más importante y más poblada del Archipiélago, mediante la
penetración evangélica, tarea harto fácil debido a la elevada espiritualidad
religiosidad del pueblo guanche. Así, los invasores mediante esta labor de zapa
consiguieron unir a su causa los menceyatos de Naga, Güímar, Abona, Adeje y Daute.
El ministro
general de la orden franciscana fray
Jaime de Zarzuela (elegido el 20 de mayo de 1458) acogió bajo su dirección el eremitario de Tenerife, sometiéndolo
a su directa jurisdicción. El principal apóstol de esta misión fue fray Alfonso
de Bolaños, quién había conseguido
catequizar buen número de “infieles”
güimareros. Sabemos por expresa declaración pontificia que el núcleo
tinerfeño lo componían tres misioneros, y hasta es dable identificar a otro de
ellos, fray Masedo. Acaso fuese el tercero fray Diego de Balmanua. De los tres
hay constancia de que vivieron entre los guanches y que predicaban en la lengua
de éstos. (Bula decet apostolicam sedem (1462). Bullarium, tomo II, núm. 978,página 512).
El segundo
impulsor del eremitario de Tenerife fue el obispo de Rubicón Don Diego López de
Illesca, a quien es sobradamente conocido en los relatos de la conquista. Éste
patrocinio se extendió a fray Alfonso de
Bolaños, como cabeza visible del núcleo tinerfeño. Dicho prelado se erigió en
defensor del misionero contra las tropelías del vicario de Canarias fray
Rodrigo de Utrera, acudiendo con sus quejas, en 1461, ante la propia corte pontificia. Conocemos estos incidentes
por la bula Decet apostolican sedem, 1462. del Papa Pío II.
Para que los
recursos económicos no faltasen, Pío II, por la bula Pastor bunus (7 de octube de 1462) concedió una amplia indulgencia en
beneficio de los cooperadores en las obras misionales y fulmina de nuevo con la
excomunión contra los piratas que salteasen y vendiesen a los naturales
guanches, si no les restituían inmediatamente la libertad, disposición que como
las anteriores dictadas con igual fin cayeron en saco roto.
Una bula
posterior del Papa Paulo II, la Docet
romanorum pontifecen (1465),
nos informa de manera indirecta que por esta data fray Alfonso de Bolaños
ejercía autoridad como vicario sobre Guinea, las islas del mar Océano y algunas
de las Islas Canarias.
En 1465 Diego García de Herrera, verdugo
y autoeregido señor de las islas Canarias, se quejó del comportamiento de
Bolaños en carta que dirigió al Papa Paulo II, y que según Herrera, fray Alonso
de Bolaños abusaba de sus privilegios, proponiendo sustituirle por fray Diego
de Balmanua, misionero que conocía la lengua de los isleños...
A esta etapa
tan intensa de la acción de penetración católica aluden con reiteración los
testigos de la famosa Información de Cabitos. (1477) El propio tirano esclavista señor de las Canarias Diego
García de Herrera confiesa, por la pluma de su procurador, lo que sigue: “el
obispo de las dichas islas ha estado en las dichas islas e sus clérigos; e en
la dicha isla de Tenerife han entrado azas veces frayles e tienen su iglesia e
hay en ella asaz gente bautizada”. El testimonio merece ser realzado por la
calidad histórica del personaje y la concreción de los detalles.
Es posible que el templo a que
hace referencia Diego García de Herrera fuese la cueva de Achbibinico o de San
Blas, que después de la conquista europea albergó la primera parroquia católica con que contó
el valle de Güímar. En varios documentos del protocolo del escribano Sancho de
Urtarte, se hace mención expresa de la cueva-parroquia de San Blas.
En el
testamento otorgado en el Valle de Güímar por Luis Alonso, natural (guanche) de
Tenerife, dispone una manda “a la cofradía del Stmo. Sacramento de la
iglesia parroquial de San Blas, en el pueblo de Candelaria, media dobla para
aumento de la cera.” Además dispone que, “por el vicario, frailes, y
convento de Ntra. Sra. de Candelaria, que sobre la tumba de su padre Pedro
Alonso y la suya, se le diga una misa cantada
de cuerpo presente y otra misa rezada de réquiem, ofrendado de una fanega
de trigo, un carnero y un cántaro de vino.” Sábado 18 de julio de 1579. Fol. 1.126
vº.
Al igual que
Pío II, Sixto IV se apresuró a expedir la bula Pastoris aeterni, 29 de junio de 1472, fiel trasunto de
las inquietudes misionales.
El pontífice
minorista se declara entusiasta y ardoroso campeón de la conversión de los
naturales guanches y continentales, depositando toda su confianza en fray
Alfonso de Bolaños para el desempeño de tan importante misión. Con este objeto
erigía la nunciatura de Guinea, designando nuncio y comisario a fray
Alfonso de Bolaños. Quedaban bajo su inmediata dependencia espiritual la isla
de Tenerife, los territorios de África y Guinea y las islas del mar Océano. Con
lo que tenemos que, Tenerife, contó con Nunciatura Apostólica siglos antes de
contar con obispado propio.
Sixto IV,
haciendo caso omiso de la soberanía
portuguesa y de la jurisdicción espiritual otorgada a la orden de cristo por su
predecesor Calixto III, (dicho pontífice había concedido jurisdicción
espiritual sobre el continente africano a dicha Orden por la bula Inter
Caetera, de 13 de mayo de 1456.)
La
documentación escrita sobre la veneración de Diosa-Madre en Canarias que hasta
nosotros ha llegado, es escasa y confusa. Los primeros cronistas de la
conquista de las Islas Canarias fueron excesivamente parcos en cuanto a la
religión practicada por los primitivos habitantes de las islas. Ello es
comprensible desde el punto de vista de los invasores, pues unido al
etnocentrismo que animaba sus impulsos aventureros hay que sumarle el fanatismo
católico de que eran portadores por una parte, además de la conveniencia
política de hacer creer al mundo europeo de la época en la Baja Edad Media europea
que los naturales de las islas, eran unos salvajes “sin ley” y “sin justicia”,
además de unos idolatras.
Con estos
falsos e interesados planteamientos, pretendían justificar conforme a las
normas dictadas por el papado, no sólo la captura y esclavización de los
guanches, un pueblo que vivía pacíficamente en sus tierras, sin que jamás
salieran de ellas para ofender a nadie, sino que además pretendían justificar
las horribles e injustificadas masacres y expolios llevadas a cabo por estos
bárbaros invasores en nombre de un dios supuestamente amante de toda la
humanidad.
El desprecio
mostrados por los piratas europeos, hacía la cultura guanche, motivó el que no
prestaran la menor atención a la ancestral religión de nuestros antepasados,
por el contrario los deseos de los conquistadores de imponer a sangre y fuego
la religión de que eran portadores, causo la destrucción de la mayoría de los
elementos materiales del culto de la religión del pueblo sometido. Esta
despiadada persecución a las creencias de los naturales, no finalizó con la
conquista de la última isla (Chinech o Tenerife en 1496), sino que se mantuvo
durante las centurias siguientes mediante la denominada “Santa Inquisición”, lo
cual prueba fehacientemente que el pueblo canario fue reacio a abandonar sus
antiguas creencias a pesar de las continuas persecuciones de que era objeto.
Este extremo está ampliamente documentado mediante los archivos de los sumarios
abiertos contra los guanches por la Inquisición, los cuales eran condenados por el
simple hecho de proferir algunas palabras que parecían mal sonantes a los
embrutecidos oídos de los colonos.
No cabe la
menor duda en cuanto a que el instrumento más efectivo, conque contó la iglesia
católica apostólica y romana en España, para someter por el buen camino hacía
la santa fe de la iglesia (que no de dios) a los “herejes” guanches, fue esa
humanitaria y misericordiosa institución católica denominada Santa Inquisición.
Gracias a ella, los pueblos sometidos alcanzaron ver la verdad que encierra el
catecismo cristiano tal como lo entiende,
predica y practica la “Santa Madre Iglesia Católica”.
Pero antes de
iniciar un breve repaso a algunas de las actuaciones llevadas a cabo por el
Santo Oficio en las Islas Canarias, creemos oportuno dar una rápida ojeada
histórica a las bases fundacionales de la Inquisición en Europa,
y un breve repaso a algunas de sus actuaciones.
Esta
institución judicial eclesiástica fue creada por el pontificado en la edad
media, con la misión de localizar, procesar y sentenciar a las personas
culpables de herejía. La iglesia primitiva admitía como pena máxima para el
pecado de herejía la excomunión, pero una ves que el cristianismo conquistó y
asumió la iglesia de Roma, convirtiéndose en la religión
oficial del ya decadente imperio
romano en el siglo IV, los herejes comenzaron a ser considerados enemigos del
Estado, sobre todo si estos provocaban algún tipo de violencia o alteraciones
del orden público. San Agustín, fue uno de los primeros en aprobar la acción represiva
del Estado contra los herejes, en las que se incluían las coacciones y los
castigos físicos.
En el siglo
XII, en repuesta al resurgimiento organizado de movimientos contestarios a los
cada ves más descabellados dogmas emanados de la iglesia católica romana. Uno
de estos movimientos se produjo en el sur de Francia denominado los albigenses.
Éstos constituyeron la herejía más importante dentro de la iglesia católica
durante la Edad Media.
Su nombre se lo deben al pueblo de Albi,
en sur de Francia, el centro más importante de este movimiento,
fervientes seguidores del sistema maniqueísta dualístico, que durante siglos
floreció en la zona del Mediterráneo. Los que toda la existencia se debatía
entre dos dioses: el dios de la luz, la bondad y el espíritu, generalmente asociado con Jesucristo y con el
Dios del nuevo testamento; y el dios del mal, la oscuridad y los problemas, al
que identificaban como Satán y con el Dios del antiguo testamento. Las
doctrinas y practicas albigense parecía nocivas a los ojos de la iglesia romana
respecto al matrimonio y otras instituciones de la sociedad y, tras los más
débiles esfuerzos de sus predecesores, el Papa Inocencio III ante el poder que
iba tomando la doctrina albigense, organizó una cruzada contra esta comunidad.
Promulgó una legislación punitiva contra sus componentes y envió predicadores
la zona. Sin embargo los diversos intentos destinados a someter el movimiento
albigense no estuvieron bien coordinados y fueron relativamente ineficaces, lo
que motivó a la curia romana a crear nuevos mecanismos más efectivos con los
que reprimir el avance herético.
Como resultado
de las posibilidades barajadas surge un ente represor que sería denominado
Inquisición. Esta en sí no se constituyó hasta 1231, mediante los estatutos Excommunicamus
del Papa Gregorio IX. Con ellos el Papa redujo la responsabilidad de los
obispos en materia de ortodoxia, sometió a los inquisidores bajo la
jurisdicción del pontificado, y estableció severos castigos. El cargo de
inquisidor fue confiado casi en exclusiva a los franciscanos más a los
dominicos, a causa de su mejor preparación teológica y a su supuesto rechazo a
las ambiciones mundanas. Al poner bajo dirección pontificia la persecución de
los herejes, Gregorio IX actuaba en parte movido por el miedo a que Federico
II, emperador del Sacro Imperio Romano, tomara la iniciativa y la utilizara con
objetivos políticos. Restringida en principio a Alemania y Aragón, la nueva
institución entró inmediatamente en vigor en el conjunto de la iglesia católica,
aunque no funcionara por entero o lo hiciera forma muy limitada en muchas
regiones de Europa.
Dos
inquisidores con la misma autoridad-nombrados directamente por el Papa-eran los
responsables de cada tribunal, con la ayuda de asistentes, notarios, policía y
asesores. Los inquisidores era figuras que disponían de importantes potestades,
porque podían excomulgar incluso a príncipes. En estas circunstancias sorprende
que los inquisidores tuvieran fama de justos y misericordiosos entre sus
contemporáneos. Sin embargo, algunos de ellos fueron acusados de crueldad y
otros abusos.
Los
procedimientos de actuación de los inquisidores eran simples, se establecían
por un periodo definido que duraba semanas o meses en alguna plaza central de
la ciudad villa o pueblo que querían inquirir, desde donde promulgaban órdenes
solicitando que todo culpable de herejía se presentara por propia iniciativa.
Los Inquisidores podían entablar pleito contra cualquier persona sospechosa.
Durante un periodo de un mes poco más o menos, el Tribunal estaba abierto a
aquellos que deseaban hacer confesión voluntaria de sus delitos, en estos
casos, el Tribunal era mucho más benévolo con los inculpados, por el contrario,
era mucho
más rígido con aquello contra los
que tenía en forma de proceso. Si los inquisidores decidían procesar a un
sospechoso de herejía, el prelado del lugar donde habitaba el sospechoso
publicaba el requerimiento judicial. La policía inquisitorial buscaba a
aquellos que se negaban a obedecer los requerimientos, y no se les concedía
derecho de asilo. Los acusados recibían una declaración de cargos contra ellos.
Durante algunos años se ocultó el nombre de los acusadores, pero este
instrumento era aprovechado para dar salida a venganzas, odios y envidia entre vecinos, por ello el
Papa Bonifacio VIII abrogó esta práctica. Los acusados estaban obligados bajo
juramento a responder de todos los cargos que existían contra ellos,
convirtiéndose así en sus propios acusadores, bastaba el testimonio de dos
testigos para asegurar la culpabilidad.
Alarmada la
iglesia católica por el auge que iba tomando la difusión del protestantismo y
por su penetración en Italia, Pablo III
hizo caso a reformadores como el cardenal Juan Pedro Carafa y estableció en
Roma la Congregación
de la Inquisición,
conocida también como Inquisición romana y el Santo Oficio. Carafa con cinco
cardenales más constituyeron la comisión original, cuyos poderes se ampliaron a
toda la iglesia. El Santo Oficio surgió como una institución nueva vinculada a la Inquisición medieval
sólo por vagos precedentes. Más autónoma del estamento episcopal que su
predecesora concibió también sus funciones de forma diferente. Mientras la Inquisición medieval
se había centrado en las herejías que ocasionaban desórdenes públicos, el Santo
Oficio se preocupó de la ortodoxia de índoles más académica y, sobre todo, las
que aparecían en escritos de teólogos y eclesiásticos destacados.
Los 12
primeros años de las actividades de la Inquisición romana fueron modestas, hasta que
Carafa fue elevado a la silla pontificia como Pablo IV en 1555. A partir de ese
momento se emprendió una persecución de sospechosos, incluidos cardenales y
obispos, entre ellos al cardenal inglés Reginal Pole. Se confeccionó el primer
listado de libros que atentaban contra la moral o la fe católica según los preceptos de la iglesia
romana, formando el Índice de Libros Prohibidos, preludio de la quema de miles
de bibliotecas en los países de influencia católica.
La Inquisición española
medieval se fundó con el beneplácito papal en 1478, según solicitud del rey
Fernando V de Aragón y la reina Isabel I de Castilla, los denominados Reyes
Católicos. Esta Inquisición se iba a ocupar principalmente del problema que
suponía para las pretensiones de hegemonía del naciente imperio castellano
aragonés, la presencia en determinada zonas de la Península ibérica de los
llamados marranos, los judíos que por coerción o por presión social se habían
convertido al cristianismo; después de 1502 centró atención en los conversos
del mismo tipo del Islam, y en la década de 1520 a los sospechosos de apoyar
las tesis del protestantismo. A los pocos años de la fundación de la Inquisición española,
los reyes católicos consiguieron que el papado renunciara en la práctica a la
supervisión de la mismas, dejándola en manos de los monarcas españoles para
desgracia de la humanidad, pues pasó a ser un instrumento en manos del Estado
servido por la iglesia española.
La iglesia
española, en franca connivencia con el Estado, fue la encargada de dirigir la Inquisición mediante
el Consejo de la
Suprema Inquisición, pero sus procedimientos fueron similares
a los de su réplica medieval. Con el tiempo se convirtió en un tema popular, en
especial en las zonas protestantes, por su crueldad y oscurantismo, aunque sus
métodos fueran similares a los de otros países, el apoyo recibido especialmente
del monarca español Felipe II, hizo que tuvieran una mayor organización y por
consiguiente un mayor impacto en su religión.
Uno de los
mayores monstruos gestados por la religión católica lo fue sin duda el gran
Inquisidor Tomás de Torquemada, nacido en Valladolid en 1420, que ingresó muy
joven en la orden de los dominicos. En 1452 ya era prior del monasterio de
Santa Cruz en Segovia y, desde 1474, confesor de los Reyes católicos, Isabel y
Fernando.
En 1483, por
recomendación de la genocida Isabel I de Castilla fue designado Inquisidor
general de Castilla y en 1487 designado Gran Inquisidor para toda España por el
Papa Inocencio VIII. Convencido de que los falsos conversos y tibios católicos
eran capaces de destruir la iglesia y al Estado, utilizó la Inquisición durante
los 11 años siguientes para investigar y castigar a los marranos, moros, apostatas y otros a una escala sin
precedentes. Cerca de dos mil personas fueron quemadas vivas en la hoguera
durante el mandato del piadoso Torquemada. Tras un intento infructuoso en 1812,
la humanidad se vio por fin libre de tan criminal institución en 1843. Desde
entonces, los pueblos de influencia hispana han vivido lejos de la sombra
asesina del Yahweh de los judeocristianos.
Las colonias
de España sufrieron en mayor medida las atrocidades de la Inquisición, entre
ellas una de las más sufridas lo fue sin duda alguna las Islas Canarias. De
ello se encargó en un principio el insigne Bartolomé López Tribaldos, quien fue
comisionado en 1504 por el inquisidor general, el Arzobispo de Sevilla Frai Diego Deza, quien enterado de
que en las Islas Canarias abundaban moriscos, portugueses conversos, judíos,
negros idólatras y indígenas mal convertidos, despertó en él el deseo ardiente
de extirpar la herejía en estas islas.
De los
múltiples autos de fe celebrados en las Islas Canarias, y recogidos por el
historiador Don Agustín Millares Torres en su obra Historia de la Inquisición en las
Islas Canarias, entresacamos algunos ejemplos de las causas por las que
eran juzgados nuestros antepasados por esta benemérita institución, siempre en
interés de la salvación de las almas de los reos, pues los cuerpos como
elemento material carecían de importancia, y por tanto, no importaba el
descuartizarlos como reses en manos de un tablajero. Por otra parte, el interés
mostrado por el santo tribunal de la inquisición hacía los bienes personales de
los inculpados, los cuales eran inmediatamente embargados en cuanto se
iniciaban los procesos, lo eran para alimentar el cuerpo de los reos mientras
permanecían en las cárceles secretas del santo tribunal y cubrir los gastos del
proceso. Si quedaba algún remanente era para cubrir las multas y penas
pecuniarias a favor de la santa inquisición. Pero cuando las causas eran
consideradas leves, los reos eran puestos en libertad con una “bondadosa”
reprimenda (de cien a trescientos latigazos) pero sus bienes se quedaban en el
santo oficio.
Veamos algunos
ejemplos de las actuaciones del tribunal de la inquisición instalado en
Winiwuada n Tamarant (Las Palmas de Gran Canaria.) Ya desde su instalación comenzó las islas a
sentir sus piadosos rigores. Según consta en documentos, en 1507 hubo dos reos
reconciliados, cuyos sambenitos se colocaron en la Iglesia catedral de
Guiniguada (Las Palmas). “Llamábase el primero Juan de Ler, natural de
Portugal, y vecino de Tenerife, que fue condenado por seguir la ley de Moises;
y el segundo, Ana Rodríguez, natural de Canaria, juzgada por hechicera, y enseñadora
de hechizos con misión de cosas sagradas (Sacerdotisa Maguada).
Estas
reconciliaciones cuando no tenían lugar en actos públicos de fé, se hacían en la Catedral a la hora de
misa mayor, donde asistía el reo de rodillas, con las insignias propias de su
delito, soga vela o coroza, teniendo allí lugar la ceremonia de la
reconciliación.
La formula que
se empleaba para este solemne acto, y que debía repetirse en voz alta por el
reconciliado era así: Yo Juan de Ler, vecino de Tenerife, que aquí estoy
presente ante vuesas mercedes como Inquisidores Apostólicos, que son, contra la
herética pravedad y
apostasía en estas Islas y su
Partido, por la autoridad apostólica y ordinaria, puesta ante mí esta señal de
la cruz y de los Sacrosantos Evangelios, que con mis manos corporalmente toco,
reconociendo la verdadera católica y apostólica fe, abjuro, detesto y
anatematizo toda especie de herejía y apostasía, que se levante contra la Santa fe católica y ley
evangélica de nuestro Redentor, y Salvador Jesucristo, y contra la Sede apostólica y Iglesia
Romana, especialmente aquella que yo como malo he caído, y tengo confesado ante
vuesas mercedes, que aquí públicamente se me ha leído, y de que he sido
acusado; y juro y prometo de tener y guardar siempre aquella Santa Fe, que
tiene, guarda y enseña la Santa
madre Iglesia, y que seré siempre obediente a nuestro Señor el Papa y a
sus sucesores, que canónicamente sucedieren en la Santa Silla
Apostólica, y a sus determinaciones. Y confieso, que todos aquellos que contra
esta Santa fe católica vinieren, son dignos de condenación; y prometo de nunca
me juntar con ellos, y que cuanto en mi fuere los perseguiré, y la herejías que
de ellos supiere las revelaré y notificaré a cualquier Inquisidor de la
herética pravedad y Prelado de la
Santa madre Iglesia, donde quier que me hallare, y juro y
prometo que recibiré humildemente y con paciencia cualquier o cualesquier
penitencia o penitencias, que me han sido o fueren impuestas, con todas mis
fuerzas y poder, y las cumpliré en todo y por todo, sin ir ni venir contra
ello, ni contra cosa alguna ni parte de ello. Y quiero y consiento y me place
que si yo en algún tiempo, lo que Dios no quiera, fuere o viniere contra
las cosas susodichas o contra cualquier cosa, o parte de ellas, que en tal caso
sea habido y tenido por impenitente relapso, y me someto a la corrección y
severidad de los Sacros cánones para que en mí, como persona culpada del dicho
delito de herejía, sean ejecutadas las censuras y penas en ellos contenidas, y desde
ahora por entonces, y desde entonces por ahora consiento que aquellas que me
sean dadas y ejecutadas en mi, y las hayas de sufrir, cuando quier que algo se
me probare haber quebrantado de lo susodicho por mi abjurado. Y ruego al
presente notario que me lo de por testimonio, y a los presentes que sean de
ello testigos. Esta declaración era ratificada al día siguiente por el reo ante
los Inquisidores, con la advertencia de que, “si torna a caer en alguna
herejía, incurre en pena de relapso, y sin ninguna misericordia será relajado a
brazo seglar,” es decir, quemado vivo en pública hoguera.”
RESUMEN DEL PRIMER AUTO DE
FE EN WUINIWUADA (LAS PALMAS)
INQUISICION I
“A principios
de febrero de 1526, recorría las calles de la muy noble Ciudad del Real de Las Palmas,
una lujosa comitiva a caballo, con trompetas y atambores, pregonando en sus
plazas principales, que el muy magnifico Sr. D. Martín Jiménez, Inquisidor
apostólico del Obispado de Canarias, celebraría auto público de fe en la plaza
mayor, el 24 de aquel mismo mes y año, para mayor honra y gloria de nuestra
Santa fe católica.
Acompañaban la
procesión, algunos de los nobles conquistadores de la Isla, con el carácter de
familiares, o de humildes servidores del Santo Oficio, empleo que disputaban
todos con verdadero encarnizamiento, porque, para expedir éste título eran
necesarias ciertas pruebas de nobleza, que no todos podían presentar.
Constituían el
contingente para aquel auto los siguientes reos:
Álvaro González, cristiano nuevo
de judío, natural de Castillo Blanco en Portugal, vecino de La Palma, zapatero; condenado a
confiscación de sus bienes, y a ser relajado en persona por herege,
heresiarca, predicador y enseñador de la ley de los judíos.
Mencia Baéz, mujer del anterior,
cristiana nueva de judío, vecina de La
Palma, confiscados sus bienes de veinte años atrás, y
relajada en persona, por hereje, apóstata, y simulada confidente,
heresiarca, fautora de herejes, predicadora y enseñadora de la mortífera ley de
los judíos.
Silvestre González, hijo de los
anteriores, igual condena por los mismos “delitos”, antes de ser quemado vivo
se le había aplicado el tormento extraordinario, y se la había azotado
públicamente por haberse perjurara do, y escapado de la cárcel.
Alonso Yanez, labrador, natural
de Villavisiosa, y vecino de Tenerife; confiscados sus bienes, y relajado en
persona, por hereje, apóstata de nuestra santa fe católica, y heresiarca,
Alonso y Constanza de la Garza, vecinos de La Palma, confiscados sus
bienes y relajados en persona por herejes.
Maestre Diego Varela, cristiano
nuevo de judío, vecino de Canaria de oficio cirujano, confiscados sus bienes, y
relajado en persona, por hereje, apóstata, fautor de herejes, predicador y
enseñador de la mortífera ley de los judíos, escarnecedor de nuestro redentor
Jesucristo, de nuestra Santa fe católica, y de la Santa Iglesia.
Pedro González, verdugo de Las Palmas, cristiano nuevo de
judío, natural de Ávila en Castilla, vecino de Canaria; confiscado sus bienes,
y relajado en persona por hereje, heresiarca, y pertinaz enseñador de la ley
de Moises.
Estas ocho personas debían ser quemadas vivas en pública
hoguera, después de ser entregadas al brazo seglar, porque la Inquisición no se
permitía hacerlo por si misma, tan grande era su caridad y misericordia.
A estos ocho condenados a muerte les acompañaban diez con
hábitos de reconciliados, esto es , con coroza y sambenitos y cuyos nombres
eran los siguientes:
Juan y Diego, moriscos esclavos, vecinos de Canarias.
Duarte González, zapatero, vecino de La Palma, cristiano nuevo de
judío.
Francisco, morisco, esclavo de Juan de Maluenda.
Francisco, morisco, esclavo de Diego de Herrera.
Hector Méndez, cristiano nuevo de judío, natural de
Portugal.
Hernán Rodríguez, curtidor, natural de Sevilla, por la
ley de Moises.
Juan, cristiano nuevo de moro, esclavo de Soleto, vecino
de Canaria.
Juan Castellano, labrador, natural de Génova, por hereje.
Ana González, mujer de Pedro Hernández, vecina de la Breña en La Palma, por la ley de Moises.
A los que hay que añadir:
Fernando Jayan, labrador, vecino de La Palma, que fue penitenciado
por blasfemo.
Alonso Hernández, notario eclesiástico, y contador de la Casa de cuentas del Cabildo,
natural de Sevilla, penitenciado por falsario y blasfemo, y condenado a pasear
las calles en un asno, con mordaza y coroza, confiscado la mitad de sus bienes
y desterrado de la isla”
SEGUNDO AUTO DE FE:
INQUISISCION II
En
este segundo auto de fe, llevado a efecto el día 4 de junio de 1530, se asemejaba al anterior en cuanto al boato y
parafernalia, destacaban en el estrado de los reos: “ seis estatuas de cartón,
representado a seis esclavos de Berbería, quienes después de haber sido
cautivado y reducidos a servidumbre, se les había catequizado y recibido en el
gremio de la Iglesia;
pero que, no contentos al parecer con su nueva vida, ni con la religión que se
les había impuesto, se decidieron a volver a sus desiertos arenales, y
continuar allí sus diarias oblaciones.
Para
realizar su proyecto, se apoderaron de una barca surta en el puerto de las
Isletas, y se embarcaron, perdiéndose en la travesía, y pereciendo todos
ahogados según resulta de su proceso.
Más,
no por haber muerto escaparon los moriscos de las llamas inquisitoriales. Para
esos casos se había establecido una jurisprudencia, que no tenía precedentes en
ningún Tribunal. La estatua del condenado salía al auto, vestida con las
insignias que les correspondían, y era entregada a la justicia, para ser
quemada en lugar del reo. Desahogo que sería ridículo si no encerrara en sí tan
sangrienta venganza.
Los
seis esclavos tenían los nombres siguientes:
Francisco y Alonso,
esclavos de Alonso Pérez. Francisco, esclavo del Licenciado Francisco Pérez de
Espinosa. Hernando, esclavo de Pedro Gomez Tamborino. Andrés, esclavo de Mari
Calva; y Manuel, esclavo de Cubas, alguacil de Telde.
Con
estos reos estaba también otro llamado Juan de Tarifa, quien no pudo escaparse
de la cárcel de la inquisición, este sujeto no viendo medios de escaparse y no
queriendo sufrir la pena que le aguardaba decidió ahorrarle trabajo a los
inquisidores ahorcándose en la celda. Vana ilusión la de tratar de escapar de
la saña de los Inquisidores, sus huesos permanecieron en depósito en espera del
fallo de su proceso, se mandó que fuese relajado, su cadáver encerrado en un
ataúd fue entregado también al brazo seglar, y consumido por la hoguera, en
compañía de su estatua. En la sentencia se previno que sus vienes fuesen
confiscados de cuarenta años atrás; y sus hijos por la línea masculina, hasta
el segundo grado y por la femenina hasta el primero inclusive, declarados
inhábiles, y privados de oficio. En el mismo auto fueron admitidas a
reconciliación las personas siguientes:
María Hernández, hija de
Marcos, cristiana nueva de judío, vecina de La Palma.
Pedro Martín, cristiano
nuevo de moro, vecino de Galdar, esclavo
de Diego Díaz, mercader.
Pedro, cristiano nuevo de
morisco, esclavo de Antonio de Franqui, y vecino de Tenerife. Y penitenciadas
las siguientes:
María, vecina de la isla
de Tenerife, en La Laguna,
a quien se dio tormento, y declaró ser judaizante. Pedro Hernández, de la misma
vecindad, que abjuró de vehementi por varias y graves palabras hereticales.
Juan, cristiano nuevo de moro, vecino de Telde. Bartolomé Pérez, también
cristiano nuevo de moro. Pedrianez, herrero, vecinos éstos últimos de Canaria.”
TERCER
AUTO DE FE:
INQUSICION III
“Es verdad que las
conversiones, después del tormento y el azote, y ante la amenaza del fuego, no
eran en sí mismas muy edificantes; pero de todos modos, la mala semilla se arrancaba;
y los reconciliados, condenados todos a penas infamantes, inhábiles para
ejercer toda clases de oficios, despojados de sus bienes, desterrados o
encerrados por toda la vida en inmundos calabozos, no podían pervertir con su
ejemplo a los buenos católicos. El tercer auto se dispuso y tubo lugar, el
sábado 23 de Mayo de 1534, en la misma plaza mayor de Santa Ana, y delante de la Iglesia Catedral,
en un hermoso tablado, que se levantó con ese objeto.
El
contingente de los relapsos lo suministró la secta judaica, aunque con la
pequeña diferencia, de que la
Inquisición sólo pudo quemar sus estatuas. Los nombres de
estos nuevos herejes eran:
Duarte
González, conocido por Francisco Ramos, zapatero, vecino de La Palma, y cristiano nuevo de
judío.Duarte Pérez, de la misma vecindad y por la misma causa. Ambos fueron
relajados al brazo seglar, y quemadas sus estatuas, con las accesorias de
confiscación de bienes, e inhabilitación perpetua a sus descendientes.
Los
reconciliados eran en mayor número véase la lista:
Andrés, esclavo de
Bernardino Justiniani, vecino de Tenerife.
Antón, esclavo de Hernando
de Jerez, vecino de Canaria.
Ana de Salazar, vecina de
Lanzarote.
Ana, de la misma vecindad.
Alonso de Lugo o de la Seda, vecino de Lanzarote.
Alonso, esclavo de Pedro
de Cabrera, vecino de Lanzarote.
Antonio, esclavo de Ruiz
Leme, vecino de Lanzarote.
Diego, esclavo de Luis de
Alarcón, Dean de Canarias.
Diego Alonso o Muca,
vecino de Lanzarote.
Francisco, esclavo del
pertiguero Andrés de Medina, vecino de Canaria.
Felipe, indio, esclavo
de Francisco Sanchez de los Palacios,
vecino de Canaria.
Francisco Bujama o Ortega,
vecino de Lanzarote.
Gonzalo Baez, vecino de
Gáldar.
Jorge, esclavo de Juan
Hernández, cerrajero, vecino de Canaria.
Juan de Alfaro, esclavo
del Licenciado Alfaro, vecino de Tenerife.
Juan de Palomares, esclavo
de Diego Felipe, vecino de Lanzarote.
Juan, negro, esclavo de
Adán Acedo, vecino de Gáldar.
Juana, mujer de Juan
Jansen, vecina de Lanzarote.
Luis Deniz de Salazar, por
otro nombre Alí Bojador, vecino de Lanzarote.
Luis Perdomo, vecino de
Lanzarote.
Luis, esclavo de Juan
Perdomo, vecino de Lanzarote.
Pedro Berrugo, o sea Pedro
Cabrera, vecino de Lanzarote.
Pedro, esclavo de Luis
Perdomo, vecino de Lanzarote.
Pedro, negro esclavo, del
mismo Juan Perdomo y de la propia vecindad.
Estos
fueron los veintisiete reos, que según la relación que se conserva de este
auto, se presentaron en él a sufrir las penas a que fueron condenados.”
Es
significativo el hecho de los reos que practicaban profesiones liberales y
artesanales, salieran siempre ante los Inquisidores peor parados que los
esclavos, ello estaba motivado por dos circunstancias fácilmente comprensibles.
Los artesanos al ser dueños de su trabajo, podían acumular bienes y gozar de
parte de la propiedad de la tierra, pues no era infrecuente que estos artesanos
y trabajadores libres simultaneasen sus profesiones con el cuidado de tierras
de su propiedad, por lo que generalmente constituían un bocado apetecido por
los Inquisidores. Por el contrario, los esclavos al carecer de bienes propios
constituían un trabajo poco gratificante económicamente para el Tribunal del
Santo Oficio, y además recibían las presiones de los dueños, quienes se
preocupaban del destino que la inquisición pudiera deparar a sus esclavos
culpados, no tanto por la salvación de sus almas, como por el quebranto
económico que suponía la pérdida de los mismos, así, los amos cuidaban de sus
esclavos con la misma solicitud con que un labriego cuida de su yunta de
bueyes.
CUARTO
AUTO DE FE
INQUISICION IV
A
los veintitrés año del tercer auto de fe, es decir en 1557, el inquisidor Luis
Padilla, estimó que ya era tiempo de ofrecer a la sociedad canaria un
espectáculo inquisitorial para solaz de las buenas almas católicas, apostólica
y romanas. En esta ocasión, los misericordiosos inquisidores ofrecieron
diecisiete relapsos de los cuales quince eran moriscos. El gran disgusto del
Inquisidor Luis Padilla se lo proporcionó el hecho de no poder ofrecer a los
verdaderos fieles el espectáculo de un hereje quemado vivo en la hoguera.
“Los
diecisiete relapsos habían encontrado medio de escapar, sólo quedaba el recurso
de quemar su efigie, en estatua. Recurso elocuente, pero ineficaz, para
infundir un saludable espanto en las almas.
Sea
como fuere, el viejo Inquisidor no quiso demorar por más tiempo la piadosa
ceremonia, y en el dicho año de 1557, celebró con el ceremonial que ya hemos
sucintamente descrito, un nuevo auto de fe, en el que aparecieron las estatuas
de los diecisiete relajados, cuyos nombres, según resulta de la relación de sus
causas, y de sus Sambenitos, son los que a continuación copiamos:
Agustín Hernández,
guanche, vecino de Tenerife.
Andrés Suárez, morisco,
vecino de Canaria.
Francisco Martín, morisco,
natural de Canaria.
Juan Pacheco, morisco,
natural de Canaria.
Hernando de Betancort,
natural de Canaria.
Juan Pacheco, morisco,
natural de Canaria.
Juan de Lugo, morisco,
natural de Canaria.
Juan Bautista, morisco,
natural de Canaria.
Juan de Casañas, morisco,
Garbunzero, natural de Canaria.
Juan, morisco, criado de
Carrasco, vecino de Canaria.
Juan Berriel, morisco,
vecino de Canaria.
Julián Cornielis Vandik,
flamenco, vecino de La Palma.
Luis Hernández, morisco,
vedino de Canaria.
Pedro Tejina, de Gáldar,
morisco, vecino de Canaria.
Miguel de Vergara,
morisco, vecino de Canaria.
Pedro Borrero, morisco,
vecino de Canaria.
Pedro de Salinas, morisco,
vecino de Canaria.
Todos
estos reos fueron condenados, según decía su sentencia, por sectarios de
Mahoma, excepto el flamenco, que lo fue por la herejía de Lutero; y como no
estaban presentes, sus estatuas se entregaron al brazo seglar, para que
arrojadas en la hoguera, las consumiese el fuego.
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