(Libro inédito)
CAPITULO-XVI-I
Eduardo Pedro García Rodríguez
NUESTROS COLONIZADORES, UNA ENTELEQUIA
A partir de los años sesenta del siglo XX, España
planifica la segunda y más efectiva invasión de las Islas Canarias. Al amparo
del señuelo de un supuesto desarrollo económico motivado por la afluencia
masiva de un turismo europeo de masas, con muy bajo poder adquisitivo
calificado como “turismo de alpargatas”
o de “mochila” ansioso de playas y Sol, y sobre todo, de alcohol barato que comenzó a
proliferar por nuestras islas. El Estado español descubrió un filón casi
inagotable de divisas de las que tan necesitado estaba para el desarrollo en la
metrópolis de los grandes planes de desarrollo industrial. Comenzó así una
nueva era de explotación de la colonia, con bajos costes (la materia prima es
el Sol y las playas) y fabulosos beneficios, así pues los españoles para
asegurarse la plena explotación de este nuevo El Dorado comenzaron
a planificar el envío masivo de mano de
obra española acaparando éstos no sólo los puestos de trabajo que iban
surgiendo especialmente en los sectores de servicios y la construcción, sino
que además se reservó casi en exclusiva para los españoles los puestos de
trabajo en la administración pública, con especial incidencia en los sectores
de la enseñanza, fuerzas de seguridad, y estamento judicial, situación que se
viene manteniendo hasta nuestros días. Paralelamente, se fueron creando guetos
para alojar a esta masa de inmigrantes y así surgieron núcleos poblaciones como
“Princesa Iballa” “El Cardonal” “Chumberas” “Añaza”, etc., en la isla de
Tenerife, y otros similares en Gran Canaria, al mismo tiempo también en
Tenerife comenzaron a proliferar urbanizaciones cerradas como “Coral Verde”
“Guajara” “Las Cuevas”, Tabaiba, etc., que la voz popular comenzó a calificar
como reductos Nazis incrustados en nuestras islas. En esta última, los
ciudadanos aún no encontramos explicación de que fue lo que motivó al promotor
( se dice que era norteamricano) a construir la urbanización en una zona de
acantilados de dificilísimo acceso donde las construcciones tienen que ser
escalonadas y con unas playas poco aptas para el baño y mucho menos nos
explicamos como se permitió que dicha urbanización fuese un recinto totalmente
cerrado impidiendo el acceso tanto al interior de la urbanización como a la
costa al resto de los ciudadanos y mucho menos nos explicamos como se permitió
que este promotor pusiese barreras móviles a la entrada de la vía de acceso a
la zona dotada de garita y con una guardia privada uniformada y armada de fusiles y pistolas, la cual además
estaba dotada de unas motocicletas de gran cilindrada que eran la envidia de
los guindillas (policía local) de la época.
A cambio de las tan deseadas divisas, la
administración española permitió –y continúa permitiendo- la destrucción
inmisericorde de nuestro territorio con un total desprecio a nuestro medio
ambiente y a nuestros yacimientos arqueológicos y centros cultuales habiéndose
perdido irremisiblemente importantísimas estaciones de grabados rupestres que
eran patrimonio cultural no sólo de los canarios, sino del resto de la
humanidad.
El cúmulo de estos despropósitos llegó a alcanzar tal
magnitud, que en determinados momentos de este proceso destructor, cualquier
persona canario o extranjero que tuviese o adquiriese un trozo de terreno podía
impunemente trazar con un poco de cal, unas líneas sobre el mismo a las que
llamaban calles y a continuación comenzaban a vender parcelas, a partir de ese
momento el lugar tomaba pomposos nombres como: “Urbanización Brisas de
Neptuno”; “Costa de Ensueño”; “Paraíso” y otras sandeces similares.
¿Pero que es realmente este ente político denominado
España, y que durante más de quinientos años, ha venido explotando nuestra
Nación Canaria y disponiendo a su libre albedrío de nuestra tierra, nuestras
haciendas y nuestras vidas?. Veamos una breve síntesis de la historia de ese
país, ello nos puede proporcionar las claves de ciertas actitudes mantenidas por
los colonizadores y además nos puede ayudar a entender la idiosincrasia tras la
cual se oculta las ansias imperialistas de esa sociedad espiritualmente
huérfana, que como revancha de esa orfandad se ha convertido en destructora de
civilizaciones y culturas. Por ello cabe preguntarse: ¿España es una
entelequia? “Habrá que analizar la pregunta en sus dos vertientes; entelequia
en su sentido literal de "algo que tiende por sí mismo a su propio
fin" o en su sentido irónico de "algo irreal". Han habido a
través de la Historia de España - y sigue habiéndolos- muchos movimientos
centrífugos dedicados a convertir en realidad el sentido literal del concepto
y, por otro lado, muchos pensadores españoles han usado el sentido irónico del
mismo para negar la existencia de España como un sentimiento arraigado en la
conciencia del pueblo y, por lo tanto, como algo arbitrariamente impuesto,
planteamiento éste último que compartimos.
PUEBLOS
ABORIGENES DE LA PENINSULA IBERICA
La primera referencia se remonta 3.000 años a.e.a. en
la forma del vocablo fenicio "Spanija" o "Span"
(literalmente "Tierra de conejos"), los romanos lo latinizaron a
Hispania (o Ispania), con el tiempo se convirtió en Spania (volviendo casi a la
ortografía fenicia) para terminar - con el cambio de la pronunciación de la ese
en el norte y la introducción de la ñ - finalmente en España. No hay duda que
en su origen y durante siglos, y hasta milenios, la palabra
Span-Hispania-Spania-España era un concepto puramente geográfico comparable a
Iberia (del griego Iberia ó Hiberia) o, en la actualidad, la Península Ibérica.
Los primeros pueblos que aparecen en la historia de la
Península Ibérica fueron los iberos, que, en sucesivas oleadas, entraron desde
África a partir del Paleolítico Superior hasta la Edad de Bronce,
extendiéndose al principio por el Levante hasta el Noreste, terminando en el
Sur de Francia, y, mucho más lento hacia el interior y el Norte de la
Península. Considerando que esta migración ocupó un periodo de más de cinco mil
años, no es sorprendente que desde tartesios/turdetanos, en el Sur hasta
airenosios en el sur de Francia, se han contado no menos de 20 pueblos
/tribus iberos diferentes. Una de las muchas ironías de la Historia de España -
seguramente muy molesta para el Honorable Pujol, que nunca se ha distinguido
por su sentido del humor - es el hecho de que una de estas tribus, conocida por
"castellanos" se asentó durante muchos siglos en la actual comarca de
Olot (¡de lo más catalán imaginable!).
Aparte de estos pueblos hubo otros 8, asentados en
Asturias, Cantabria, Vascongadas, Navarra y la Rioja, que han sido clasificados
como "no identificados" o sea de origen supuestamente
"desconocido". No obstante me parece lógico considerar estos pueblos
tentativamente como iberos, considerando que una vez llegados al Delta
del Ebro, el valle del Ebro no era solamente la vía de penetración más obvia
hacia el Noroeste sino además una ruta muy atractiva comparado con seguir una
costa cada vez más accidentada.
Terminadas las oleadas migratorias iberas, comienzan,
a principios del último milenio a.e.a., las indoeuropeas, llevadas a cabo por
pueblos célticos. Estos no vienen del Sur como los iberos sino del Norte,
penetrando a través del Pirineo oriental. Con iberos a ambos lados de su vía de
penetración están forzados a cruzar el Ebro y aprovechan los valles del Duero
y, en posteriores oleadas durante varios siglos, los del Tajo y Guadalquivir
para ocupar todo la parte occidental de la Península. Se han contado no menos
de 16 tribus celtas, desde galaicos en el Noroeste hasta lusitanos y
oretanos en el Sudoeste.
Los
celtíberos ocuparon un extenso territorio situado a ambos lados de la diagonal
Ávila-Soria (más o menos Castilla la Vieja) No sabemos si se trataba de iberos
celtizados o de celtas iberizados. Poco importa para ser estos tendrían que
haber tenido forzosamente vecinos iberos lo que parece confirmar que los
llamados "pueblos no identificados" al Norte de su región habría que
considerarles como iberos; y por otro lado, si hubieron sido aquellos,
la supuesta teoría de que los iberos no hubieron penetrado ni el Centro ni el
Norte de la Península, quedaría igualmente desmentida.
ABORIGENES
DE HISPANIA
Los primeros iberos que penetraron en la Península no
se encontraron, lógicamente, con un territorio vacío. Hubo ya una población
autóctona de unos 50.000 individuos (una densidad, típica de aquellos tiempos,
de un habitante por cada 10 Km. cuadrados) repartidos entre los valles y
cuencas más protegidas. Esta población tenía probablemente también remotos
orígenes africanos y a través de los milenios fue totalmente absorbida por los
"migrantes" iberos, menos los grupos en Galicia y Asturias de origen
étnico desconocido que mucho más tarde fueron celtizados.
Si añadimos a estas tribus los colonos púnicos
(fenicios y cartaginenses) y griegos, numéricamente no muy importantes, pero sí
desde el punto de vista cultural y comercial, tenemos globalmente la población
que los Romanos encontraron cuando, una vez terminada la segunda Guerra Púnica,
decidieron hacerse definitivamente con la Península Ibérica. Una población en
su mayoría poco civilizada, divida en multitud de tribus y dura como la roca.
Su dureza y beligerancia queda fácilmente demostrada: mientras que en su
momento Roma tardó poco más que una década en conquistar la Galia
Transalpina (Francia), en Hispania tardaban casi dos
siglos en reducir los últimos reductos de resistencia con la subyugación de
astures y cántabros (19 a.e.a.) Es una de las ironías históricas que antes de
la ocupación de Hispania por parte de los romanos, los iberos casi lograron
destruir a la República Romana. No hay que olvidar que cuando Aníbal cruzó los
Alpes en 218 a.d.n.e., al mando de un ejercito de 60.000 hombres, el 90% de
esta tropa fueron infantes iberos. Durante 16 años arrasaron la Italia
meridional, expulsando a los pequeños campesinos independientes (la verdadera
columna dorsal de la República) de sus, hasta entonces, fértiles tierras y
sembrando así la semilla del futuro ocaso de Roma.
Una vez derrotado y expulsado Aníbal, estas tierras se
convirtieron en latifundios y, para trabajarlas, sus nuevos propietarios
empezaron la importación masiva de esclavos. A la larga, este cambio social
convirtió Roma de una república democrática en una autoritaria e "imperial",
y, con el tiempo, el Mediodía en la región más pobre y atrasada de Italia.
En la Hispania prerromana, con tantos pueblos y
tribus, sus habitantes tienen que haber hablado una multitud de lenguas y
dialectos, pertenecientes, probablemente, a 3 o 4 familias lingüísticas.
Como ocurre siempre en estas situaciones - para poder
mantener un mínimo nivel de comunicación entre tantas gentes - una de estas
lenguas, sin duda una lengua ibera, se habrá convertido en lengua franca. Es
curioso, que hace ya décadas se lograron hacer traducciones de inscripciones
ibéricas usando raíces vascas. Hasta entonces existía la convicción que el
vasco (euskara) fue un idioma caucásico no indoeuropeo - o sea aglutinante y no
flexionado - pero a partir de las traducciones mencionadas, se desarrolló una
teoría nueva según la cual, supuestamente, el vasco fue una síntesis entre una
sintaxis (estructura) caucásico y una morfología (léxico) ibero. Posteriores
investigaciones parecen desmentir esta teoría y, muy al contrario, han demostrado
un origen común entre el vasco, el bereber y el guanche. Y recientemente, los
profesores Alonso García y Arnaiz Villena han extendido este origen lejano
compartido al egipcio antiguo. Todo esto tiene una cierta lógica si tomamos en
cuenta la dispersión de la población del Norte de África en los milenios
posteriores al cambio climatológico al terminar el último periodo glaciar. Si
estas teorías demuestran ser verdaderas, no solamente quedaría demostrado que
el vasco es una lengua ibero (o bereber), pero también quedaría desmentida la
curiosa mítica según la cual los vascos son un pueblo misterioso y de origen
desconocido que supuestamente se hubiera instalada primero al Noroeste del
Pirineo para pasar después a la Península Ibérica, y que además no tuvieron
nada en común con los pueblos lindantes, ni al Norte, Sur, Este y Oeste. Muy al
contrario, demostraría que los vascos son un pueblo ibero que remontó en
tiempos remotos el valle del Ebro, instalándose en su territorio actual y
penetrando en "Francia", igual que otros pueblos iberos hicieron al
otro extremo del Pirineo. En este caso la supervivencia de su idioma se debería
a su feroz resistencia a la romanización, y los abertzales, en vez de
considerarse como "no-españoles", debieron proclamarse como más
auténticamente español (o por lo menos Ibero) que nadie.
La época romana en Hispania duró, según los
territorios, entre 4 y 6 siglos, y nunca fue total ya que Asturias, Cantabria y
las Vascongadas en la práctica no formaban parte de la provincia (colonia, en
su aceptación moderna) sino fueron más bien protectorados (¡dominados pero no
ocupados!).Para mantener estos tres territorios a raya, Roma aplicó su vieja
estratagema de reclutar forzosamente la flor y nata de los jóvenes guerreros de
aquellos para las tropas auxiliares de sus legiones, y destinarles a partes
lejanas del Imperio. (Para ilustrar esta política podemos tomar como ejemplo la
Britania en tiempos de la rebelión de los Ícenos bajo su Reina Boadicea (61
d.e.a..); entre los tropas auxiliares (auxilias) que sirvieron con las cuatro
legiones por entonces destinadas en Inglaterra, encontramos las siguientes
cohortes hispanas: 1ºAsturiano, 2ºAsturiano, 1ºVettoniano, 1ºVerdulli,
1ºCeltibérico, 3ºBracarii y 2ºVascones). En este largo periodo, la romanización-
apoyado por cuatro siglos de paz y el sistema de vías romanas que llegó a tener
una extensión de casi 12.000 Km- se impuso por casi toda la península ibérica
menos en las vascongadas, que por su resistencia a ultranza, ni siquiera se
cristianizaron hasta finales de la época visigoda posterior. El latín empezó
por desplazar la lengua franca existente y terminó por imponerse y eliminar
casi todas las lenguas existentes en la península hasta tal punto que no ha
quedado rastro de ellas. Ya que la inmensa mayoría de la población solamente
tuvo contacto con soldados y comerciantes (éstos en general ni siquiera de
origen romano) se divulgó el latín en su variante más vulgar e inculta, como
también ocurrió en la misma Italia después de la caída del Imperio.
Una de las fantasías más curiosas sobre el periodo
romano es la supuesta influencia política y cultural de los hispanos
(hispanorromanos) en el Imperio; como prueba se mencionan emperadores desde
Trajano a Teodosio y escritores desde Séneca a Pomponio Mela. No solamente
esto, además se usan hasta gentilicios modernos como: bilbaíno, riojano,
gaditano, andaluz, valenciano etc.
No se trata solamente de una fantasía sino, mucho
peor, de un auténtico timo histórico. La verdad es que todos los personajes en cuestión
fueron hijos de padres romanos (del orden senatorial o ecuestre) y habían
nacido en Hispania por puro azar y gracias al hecho de que sus padres
estuvieron destinados allí como parte de su carrera militar o administrativa.
Esta, y no otra, es la razón porque todos estos supuestos "hispanos"
fueron educados desde la más temprana edad en Roma. Es verdad que todos
ocasionalmente fueron llamados "hispanos", pero no en un sentido
étnico sino con el mismo sentido de descalificación en que ahora usamos
"provinciano" o "paleto". De hispanos nada, sino romanos de
la más pura cepa.
Hay dos hechos importantes a destacar como resultado
de la romanización. El primero, la estancia de cuatro legiones en Hispania,
con, originalmente, el fin de mantener la provincia subyugada y, más tarde,
defenderla contra posibles invasores. Por una parte, estos legionarios,
terminado su enrolamiento después de 20 años de servicio, optaron por quedarse
en Hispania - en Roma solamente les esperaba la indigencia - aceptando la concesión
de una extensión de tierras en las nuevas colonias (ciudades de Derecho
Romano), añadiendo de esta forma un otro ingrediente a la mezcla étnica de la
península. Como la legión romana consistía de 5.600 hombres, podemos calcular
que durante los 4 siglos que estas legiones fueron verdaderamente romanas - a
partir del siglo III se llenaron poco a poco de hispanos localmente reclutados
- se instalaron más de 400.000 veteranos romanos en el país (4x5600x5x4). Por
otra parte, el largo periodo de paz y la presencia de las legiones convirtieron
los antaño feroces guerreros hispánicos en mansos agricultores y ganaderos, lo
que a la larga - las legiones fueron replegadas a la Metrópoli a finales del
siglo IV- dejando Hispania inerme e indefensa frente a las tribus bárbaras que
la invadieron a principios del siglo V.
El segundo hecho importante fue la cristianización. No
fue muy importante hasta principios del siglo IV, como en ninguna parte del
Imperio. En el año 300 d.e.a.., el número de cristianos en todo el Imperio no
fue superior a unos pocos millones de entre una población de más o menos 50
millones (una quinta parte de la población mundial de entonces), y divididos en
más de 200 sectas diferentes.
Extrapolando estas cifras habrá que concluir que en
Hispania no hubo probablemente más de 100 mil cristianos en una población de
5,5 millones. Por mucho que se ha pretendido que la Iglesia cristiana ya estuvo
organizada en los primeros dos siglos y medio del cristianismo, la verdad es
bien diferente; el cristianismo en aquellos tiempos no fue tanto una iglesia
como un movimiento religioso difuso con muchas diferencias de credo y dogma
entre las múltiples sectas. La Iglesia católica también propagó el bulo de la
cronología papal, empezando la lista con Pedro como obispo de Roma y primer
Papa de la iglesia. El problema en crear este tipo de cosas a posteriori
consiste en la inconsistencia de sus argumentos: por una parte, el termino
"obispo" en sentido eclesiástico (la voz viene del Griego y significa
superintendente) no fue usado hasta más o menos la mitad del siglo II, y por
otra parte la palabra "papa" fue usado hasta el siglo VI como
apelativo cariñoso para todos los obispos y solamente a partir de este siglo se
empezaba a aplicar paulatinamente como título exclusivo al obispo de Roma
dándole de esta forma su preeminencia como Jefe Supremo (espiritual) del
Cristianismo. El primer Papa en el sentido actual del término fue probablemente
(San) Dámaso I (366-384), hispano por cierto. Esta opinión podemos basarla en los
siguientes hechos: impuso el latín como lengua litúrgica de la Iglesia, logró
la primacía eclesiástica de Roma por encima de Constantinopla, aplicó por
primera vez el término "sede apostólica" a Roma, y publicó la
Vulgata. Vemos que solamente a partir de Dámaso I, la secta de Roma se
convierte verdaderamente en Iglesia Católica Apostólica Romana. Compárese la
situación de su antecesor como obispo de Roma (el supuesto antipapa) Félix II
(355-365), que coincidió con el emperador arriano Constancio II y después con
Juliano el Apóstata abiertamente anticristiano y mitríano . Dámaso tuve la
suerte que los emperadores Joviano y Valentiniano I fueron cristianos muy
ortodoxos. De todas formas la Iglesia Católica debe su existencia a la supuesta
conversión de Constantino I (el Grande), cuando este (con su co-emperador
Licinio Liciniano) proclamó en 313 el Edicto de Milano, ordenando la tolerancia
del cristianismo en el Imperio. En este momento de entre los centenares de
religiones que había, destacaron principalmente dos: el Mitraísmo y Sol
Invictus, dos religiones henoteístas solares, que además de aceptar otros
dioses menores creyeron en un Dios Superior invisible (Summum Deus). El
Mitraísmo era por mucho la religión mayoritaria entre los legionarios y la
burocracia del Imperio. El Edicto de Milano fue mucho más de lo que parecía a
primera vista. Si Constantino simplemente hubiera pretendido poner
definitivamente fin a la persecución de los cristianos (más fuerte en los
últimos años de Diocleciano que nunca antes) una simple orden administrativa
hubiera bastado, y, como consecuencia, el edicto fue interpretado como una
auténtica presentación en sociedad, como una señal que el cristianismo o por lo
menos su secta romana contaba con el favor del Emperador. A partir de ahí los
patricios, los militares, los burócratas, los mitraínos en general, entraban en
la Iglesia a mansalva.
Como el mitraísmo era un ramal del zoroastrismo,y este
y el judaísmo se habían mutuamente influenciado durante el exilio judío en
Babilonia, y como el cristianismo era a su vez un ramal del judaísmo, no era
muy sorprendente el parecido, en muchos aspectos, entre el mitraísmo y el
cristianismo. Compartieron conceptos como la humildad, el amor fraternal, el
bautismo, la comunión, el uso del agua bendita, la adoración de los pastores en
el nacimiento de Mitras y de Jesús, la inmortalidad del alma, el juicio final y
la resurrección. El mitraísmo difería del cristianismo en la exclusión de las
mujeres de sus ceremonias y en su disposición a transigir con el politeísmo.
Sus numerosas similitudes, sin embargo, facilitaron la conversión de sus
seguidores a la doctrina cristiana. Es un decir, porque no está muy claro quien
convirtió a quien, tampoco está muy claro si el cristianismo absorbió el
mitraísmo o si este "parasitó" aquel. El resultado fue una fusión y
la creación de una nueva religión sincrética que mantuvo el apelativo de
cristiano pero que poco tenía en común con el cristianismo primitivo. De una
religión, supuestamente, de pobres, esclavos y mujeres, de una religión
supuestamente perseguida, se convirtió en una religión penetrada por la alta
sociedad romana y por los militares, esclavista y abiertamente misógina, y,
cuando el emperador Teodosio I prohibió todas las demás religiones y convirtió
el catolicismo en religión de Estado, en religión perseguidora, militante,
violenta y totalitaria. Tal fue la influencia del mitraísmo que por ejemplo
toda la indumentaria del catolicismo fue copiada de aquel (incluyendo la
"mitra"), que los símbolos del cristianismo que hasta entonces habían
sido la imagen del "Buen Pastor" (un adolescente con un cordero sobre
los hombros) y el Pez desaparecieron, poco a poco, en favor del crucifijo y que
la fecha del nacimiento de Cristo se cambió al día del solsticio de invierno (
en nuestro calendario actual el 25 de Diciembre) para coincidir con el
nacimiento del Díos Mitra. Tal fue la influencia del Imperio que la
organización actual de la Iglesia refleja a la perfección -por lo menos en su
nomenclatura -la reforma administrativa del Imperio hecho por Diocleciano
(sic!) con términos como provincia, diócesis, convento, vicario etc. Hubo
tantos y tantos cambios en el "cristianismo" que desde luego ni
Pablo, que lo parió, lo hubiera reconocido. Bien es verdad que el primitivo
cristianismo, más que así, debería haberse llamado "Paulismo", ya qué
- igual cómo le ocurrió a Carlos Marx con el marxismo- Cristo probablemente se
hubiera proclamado como el primer no-cristiano.
El lector puede preguntarse lo que todo esto tiene que
ver con España como concepto. Pero sí tiene que ver, porque las consecuencias
de esta revolución (o ¿contrarrevolución?) Religiosa tuvieron una influencia
decisiva sobre la historia de la Península en los mil años siguientes. No hay
duda que el nuevo sincretismo católico del siglo IV ya estaba sembrando las
semillas que siglos más tarde llevó primeramente al cisma oriental (diferencias
dogmáticas aparte, una tardía venganza griega contra Roma) y después a la
reforma protestante (parcialmente un movimiento para volver a un cristianismo
más sencillo y humilde, y, en el caso del calvinismo, una vuelta a los origines
más judaicos del cristianismo y un dios vengativo y justiciero). Pero en el
mismo siglo IV la resistencia a la Roma católica surgió por doquier. Roma tuvo
que enfrentarse a un considerable número de supuestas "herejías" y
digo supuestas porqué todas consideraban herejías a todas las demás y en
especial a la Iglesia católica (ya sabemos que el ganador tiene siempre la
última palabra y termina por re-escribir la historia a su gusto) grosso modo,
aparte del catolicismo, hubo tres grandes movimientos (cada una dividido en
varios submovimientos) según la posición que atribuían a Jesús; desde los que
consideraban a Jesús solamente Dios (hecho pero no creado por Dios Padre), a
los que le consideraban un Dios (o ¿semidiós?) De segundo orden (creado por
Dios padre) y, por último los que solamente le consideraban humano (el hijo del
Hombre). Las únicas de estas "herejías" que nos interesan desde el
punto de vista español son el priscilianismo y el arrianismo. El primero fue un
movimiento ascético que, muy laudable, buscaba una vuelta al cristianismo
primitivo y a la imitación total de Cristo. Prisciliano fue condenado a muerte
por un tribunal civil (!) En el año 385, y fue la primera, pero no la última,
víctima del "brazo secular al servicio de la Iglesia". Mucho más
importante fue el arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo, heredero
directo de muchas sectas similares de siglos anteriores como el donatismo. Esto
había manifestado su rechazo al dios hijo con toda crudeza:" si Jesús
fuese Dios todo su calvario, su sufrimiento en la Cruz, su muerte y su
Resurrección, hubiera sido un auténtico timo, ya que por mucho que Dios hubiera
asumida una apariencia humana no hubiera podido perder su propia esencia de
inmortal, indivisible y todopoderoso". A Jesús lo consideraban el más
importante de los hombres, inspirado por Dios, el hijo del Hombre, hijo de Dios
como todos los seres humanos; pero no el Dios Hijo. Vemos entonces que, como el
donatismo, el arrianismo fue un movimiento cristiano auténticamente monoteísta,
y como tal rechazaba el catolicismo como una herejía pagana (!). Mientras que
el donatismo seguía siendo la corriente cristiana mayoritaria en el Norte de África,
el arrianismo había convertido al cristianismo a las tribus bárbaras, que
empezaban a invadir el Imperio desde el Norte. Es curioso que gran parte de la
conversión de los bárbaros fue el resultado del trabajo evangelizador de las
llamadas herejías; el arrianismo en el Norte, los monofisitas en Oriente Medio,
los Nestorianos en Asia Central y la Iglesia Gaélica (Irlanda) en Occidente.
PRIMEROS
CRISTIANOS EN HISPANIA
La importancia del arrianismo para la Historia de
España reside en el hecho de que todas las tribus invasoras a partir del
principio del siglo V profesaban esta corriente cristiana. Los suevos se
instalaron en España en su Reino Gallego y alternaron entre abrazar el
catolicismo y abjurarlo, pero los alanos y especialmente los vándalos terminaron,
después de una estancia relativamente corta en la península, por pasar el
estrecho de Gibraltar y crear en el actual Magreb un Imperio que perduró hasta
mitades del siglo VI. Como el Norte de África ya era por entonces sólidamente
"donatista", la llegada de los vándalos arrianos (tan monoteístas
como aquellos y con un credo diferente solamente en el nombre) creó en estas
tierras el único estado cristiano monoteísta de la Historia. El emperador de
Oriente, Justiniano, puso alrededor de 530 en práctica su viejo sueño de
reunificar el viejo Imperio romano, y ocupó el Norte de África derrotando al
Reino Vándalo. La ocupación bizantina del Magreb tuvo el mismo resultado que en
Siria, la persecución religiosa de las "herejías". En Siria la del
monofisismo ("naturaleza
única"; para sus partidarios Cristo solamente tuvo naturaleza divina, por
lo tanto una creencia exactamente opuesta a la del arrianismo), en el Norte de
África la del arrianismo. Como es lógico, las dos "Iglesias" se
convirtieron en subterráneas, escondiéndose del "nuevo imperio".
Cuando un siglo después surgió desde el interior de Arabia una nueva religión
rabiosamente monoteísta los arrianos y monofisitas, hartos de la persecución
por parte de la Iglesia Católica y del Imperio, se convirtieron en masa al
Islam. ( los arrianos casi en su totalidad - el arrianismo desapareció como por
arte de magia - los monofisitas en su mayoría-el monofisismo sigue teniendo
buena salud, y entre coptos, jacobitos, sirios ortodoxos y armenios, cuenta con
unos 50 millones de creyentes). El increíble y rapidísimo éxito del Islam a
partir de la muerte de Mahoma (632) no tenía ningún secreto, no fue por sus
dotes de persuasión o por una imposición a la fuerza (el Corán prohibe
explícitamente la conversión forzosa de la gente del Libro, judíos, cristianos,
zoroastristas e hindúes), sino fue el resultado de una conversión voluntaria y
espontánea, resultado directo del sectarismo totalitario de la Iglesia
católica, del Concilio de Nicea (325), del de Constantinopla (381) y del de
Calcedonia (451).
En
conjunto hicieron posible que la cristiandad se dividiese en dos partes
irreconciliables y que se convirtió al Islam hasta la cuna misma del
cristianismo y los territorios más cristianos de los primeros 3 siglos de su historia.
En resumen, antes de finales del siglo VII, el Norte
de África ya era musulmán hasta las cejas y dispuesta a saltar el estrecho a la
menor oportunidad.
Al otro lado del estrecho, entre tanto, los visigodos
que habían sometido la Península Ibérica en 469, como parte de un reino que
tuvo su núcleo en el sur de Francia, fueron forzados a abandonar estas tierras
(menos el territorio de Septimania) por los francos en 510 y a partir de este
momento establecieron el reino visigodo hispano. La historia de este reino es
de sobra conocida (o, mejor dicho, hay todavía generaciones que se conocen los
nombres de todos sus reyes al dedillo), y aquí solamente quiero hacer hincapié
en algunos hechos que tuvieron, a la larga, una influencia decisiva sobre acontecimientos
futuros. Por un lado los visigodos eran entre todas las tribus bárbaras los más
civilizados o romanizados - por su largo contacto con Roma- y, por lo tanto,
cuando ocuparon Hispania no hubo ningún choque cultural y se asimilaron
culturalmente con gran rapidez, y, por otro lado, introdujeron elementos
totalmente novedosos: la monarquía electiva y el arrianismo. Aquella es un
sistema ya conflictivo por esencia, pero la antigua tradición germánica que un
hombre calvo, o mejor dicho sin pelo (una auténtica obsesión
"Sansoniana"), no puede ser guerrero y menos rey, lo debilitó todavía
más, ya que para deshacerse de un rey o de un competidor, muchas veces no hacia
ni falta matarle, afeitarle la cabeza bastaba. Los 250.000 visigodos formaban
escasamente un 6% de la población total de casi 4 millones ( la península
ibérica había perdido un tercio de su población desde el siglo III) y
funcionaban como una auténtica casta militar dominante sustituyendo a las
legiones romanas y los grandes terratenientes de la época hispanorromana,
formando ya entonces una sociedad prefeudal. El arrianismo de los invasores,
por otra parte, imposibilitó la fusión étnica por impedimentos religiosos a
ambos lados. Durante gran parte de su existencia este reino visigodo estuvo en guerra,
tanto contra enemigos exteriores como interiores.
Guerras con los francos, los bizantinos (que a mitades
del siglo VI ocuparon gran parte del sur y se quedaron casi 70 años), los
astures y los vascones, el reino suevo en Galicia y rebeliones hispanorromanas
en las costas mediterráneas. Como tanto las invasiones exteriores como las
rebeliones interiores se justificaron en parte por razones religiosas -
catolicismo versus arrianismo - Recaredo cortó por lo sano convirtiéndose al
catolicismo e imponiéndolo a sus seguidores (589) Se terminaron las invasiones
extranjeras pero la paz fue regularmente turbada por brotes proarrianos y por
la lucha por el poder real. Suíntila fue el primer monarca que reinó sobre toda
la península, y también el primero que recibió el mando "por la gracia de
Dios", mientras su sucesor Sisenando (¡que le echó del trono!) Fue ungido
como un "cristo" (Mesías) y se le declaró "sagrado", como a
todos sus sucesores.
No obstante, esto no cambió que con gran regularidad
se trataba de echar al rey "sagrado" mediante la intriga, el
asesinato o la tonsura. Si la historia visigoda se significó en gran parte por
las divisiones y rencillas de sus jefes, no es de sorprender que el fin del
reino visigodo hispano ocurrió por culpa de ellas. La muerte de Vitiza (710),
una guerra civil por la sucesión, una petición de ayuda a los beréberes por
parte de los hijos de Vitiza, la invasión de unos 20.000 norteafricanos, la
batalla de Guadalete (711) en donde éstos derrotaron al ejército visigodo del Rey
Rodrigo (debidamente "ungido") gracias a la traición en plena batalla
de parte de sus hombres que estaban a favor de la familia de Vitiza, y, después
de exactamente 200 años de existencia, el reino visigodo sucumbió trágicamente
en cuestión de horas.
Antes de continuar con la era islámica, valdrá la pena
reflexionar si hasta este momento hubo el más mínimo sentido de identidad
hispánica. En la época prerromana, con su sistema tribal localista, los
habitantes ni siquiera sabían que vivían en una península. Esto puede
parecernos ahora sorprendente cuando los niños de 7 u 8 años lo saben ya
gracias a la enseñanza y la existencia de mapas, pero las tribus primitivas,
hasta en sus tiempos migratorios, no conocían los límites geográficos de la
tierra que pisaban. Todo esto cambió en tiempos romanos que, gracias a sus
cartógrafos, si sabían a final de la conquista la configuración más o menos
exacta de su nuevo territorio. Al final de la época romana, por mucho que los
habitantes fueron conocidos en el imperio como hispani, ellos mismos se
consideraban probablemente en primer lugar gallaescos, tarraconenses, cartaginenses, lusitanos o baeticos (según las
divisiones de Diocleciano) y en segundo lugar como romanos. Los visigodos
mantuvieron la administración romana (incluido la división territorial) y su
sistema jurídico para sus nuevos súbditos, instalando al mismo tiempo un
sistema paralelo con sus propios códigos visigodos para su gente y sus propios
obispos arrianos. Con la conversión de Recaredo, estos se incorporaron a la
Iglesia católica, pero no hubo otros cambios. Había que esperar casi 70 años
(654) hasta que Recesvinto promulgó su Código que fusionó los dos sistemas
jurídicos, consumando finalmente la unión entre los dos pueblos. Igual que en
la época romana anterior, tampoco en el reino visigodo encontramos una
conciencia de "hispanidad". No solamente por que el reino ni siquiera
fuese exclusivamente peninsular ya que incluía también el territorio de
Septimania al Norte del Pirineo, sino por la división de la población en
conquistadores y conquistados. Aquellos se consideraban por encima de todo,
visigodos, y éstos no se consideraban ya romanos sino católicos (romanos),
habiéndose convertido la Iglesia en auténtico espectro del Imperio.
La ocupación de toda la península ibérica por parte de
los mazigios tardó unos 3 años, siendo paradójicamente Granada, la última
ciudad en rendirse. La conquista fue facilitada por la conversión espontáneá de
muchos visigodos que no se habían olvidado de sus creencias arrianas
anteriores, por los vitizanos que, cuando se dieron cuenta que sus supuestos
aliados pretendieron quedarse, se contentaban, sin todavía cambiar de religión,
con ocupar altos cargos en el nuevo estado musulman (un hijo de Vitizano acepto
el título de " conde de todos los cristianos") y por el hecho de que
al pueblo hispanorromano le importaba un bledo a qué amo pagaba tributos
mientras que éste no interfiriese con su religión. Los nuevos amos tenían
todavía más razones que los visigodos de mantener la administración del estado
que encontraron ya que mientras éstos al
menos numeraban 250.000 personas, aquellos no llegaban ni a los 50.000. No
solamente eran pocos, sino además estaban desde el principio tan divididos como
lo hubieron estado los visigodos en sus peores tiempos. Las rivalidades y odios
ancestrales entre mazigios (beréberes), árabes, sirios, medinenses, quelbíes y
qaisíes, fue tal que una mínima resistencia organizada por parte de la
población hubiera terminado con la conquista con la misma celeridad con que
había ocurrido. La total ausencia de tal resistencia demostraba de sobra que no
existía el más mínimo sentido de identidad nacional.
La historia de la reconquista es demasiado conocida
para elaborar sobre ella, pero en relación con el tenor de este ensayo vale la
pena hacer algunas observaciones. Mientras que los moros (que no es un término
denigratorio como se pretende hoy en día, sino un simple apelativo derivado de
"mauro", habitante de Mauritania, el nombre romano para el territorio
actualmente conocido como el Magreb) - un término más adecuado para los
musulmanes ibéricos que árabes ya que éstos formaban solamente una pequeña
minoría- ocupaban la verdadera Hispania romana/visigoda, el pequeño grupo de
cristianos visigodos que lograron mantener una precaria independencia y a
partir de ahí empezar, poco a poco, la "reconquista", lo hicieron
desde los territorios más salvajes de la península nunca romanizados, y
solamente cristianizados en tiempos muy recientes. Esta diferencia cultural tuvo
consecuencias importantes sobre la larga lucha entre las dos partes.
Los invasores que en su inmensa mayoría fueron
mazigios (beréberes) y parcialmente descendientes de vándalos y suevos, tenían
mucho en común con los peninsulares. Sus antecedentes romanos también se
remontaron a la segunda guerra púnica, también habían sido cristianos hasta
hacía poco y como parte de Andalucía, también Mauritania había estado ocupada
por Bizancio durante casi un siglo. No es sorprendente entonces que sus
culturas fueron casi idénticas. Durante los últimos siglos del Imperio la
cultura hispana rivalizaba con la de Roma misma y a partir de la caída de esta
la superaba ampliamente gracias a que los Visigodos fueron una tribu
infinitamente más romanizada que los bárbaros que invadieron Roma [el rey
Sisebuto (612-621) era uno de los hombres más cultos de su época, cuyos
escritos en latín tenían una calidad muy superior a lo que entonces era la
norma en Roma]. Los invasores se encontraban por lo tanto como Pedro en su casa.
La posteriormente tan alabada (y con razón) cultura hispanoárabe (mejor hispano
islámica) tuvo sus origines en la cultura hispanorromana compartida por los
conquistados y la mayoría de los conquistadores. A este sustrato cultural no
solamente se añadieron a partir de Abderrahmán y sus seguidores ingredientes
persas, sino además creó a partir de allí su propio desarrollo de la cultura
grecorromana. El Islam facilitó este desarrollo mucho más que el cristianismo
ya que admitió la especulación de todo lo divino y humano que no estaba
explícitamente contenido en, y regulado por, el Corán. Los intelectuales del
Al-Andalus incluían, además de árabes y beréberes, una mayoría de muladíes
(hispanos conversos y sus descendientes) pero también mozárabes y judíos, que separados
de sus correligionarios, encontraban una inesperada libertad intelectual bajo
el "yugo" islámico.
Todo esto era un contraste total no solamente con los
reinos cristianos que se empezaban a formar, poco a poco en el Norte de España,
sino con todos los países cristianos del Norte de Europa. Una obra como
Etimologías escrito a principios del siglo VII por San Isidoro - una
enciclopedia de la sabiduría antigua - fue uno de los principales "libros
de texto" en Europa occidental hasta finales del siglo XIII, lo que de
cierta forma implica un atraso cultural de 5 o 6 siglos.
Por otra parte esta diferencia también se demostraba
en los niveles educativos mismos de las respectivas culturas. De un lado el
Al-Andalus en donde por lo menos toda la clase alta, y hasta la media, tuvo un
importante bagaje cultural, y del otro, unos reinos cristianos en donde hasta
los reyes y la alta aristocracia eran básicamente analfabetos, resultando en
que la administración misma del estado estuvo excesivamente en manos de los
clérigos. Por esta razón los estados cristianos de la época fueron en esencia
más teocráticos que el estado islámico que, siéndolo en teoría (sharia),
en la práctica fue regido por una administración puramente laica.
La mal llamada Reconquista - mejor hubiera sido
llamarla Conquista a secas, ya que los pequeños reinos que empezaban a formarse
(en territorios que nunca habían sido ni romanos ni visigodos) no podían ser
considerados como herederos de la Hispania romana o de la visigoda, por mucho
que sus primeros caudillos fueron visigodos- tomó a través de los 8 siglos que
duró la forma típica, tantas veces repetido en la Historia, de la invasión de
un país de gran nivel cultural (lo que a largo plazo debilitaba su capacidad
guerrera) por parte de otros casi bárbaros pero, por esto hecho, mucho más
violentos. Fue un proceso muy lento, en donde campañas de varios años de
duración se alternaban con muchos años, y hasta décadas, de paz. Territorios
que se habían ganado con mucho esfuerzo y sacrificios durante varias
generaciones podían perderse de nuevo en pocas semanas. El panorama se
complicaba todavía más; al lado musulmán por sus regulares guerras civiles y la
división del califato, en dos ocasiones, en una treintena de reinos de taifas,
mientras que al lado cristiano la adopción por parte de Navarra de la costumbre
germánica de considerar el reino como patrimonio divisible y heredable, tuvo
como resultado, a partir del principio del siglo XI, que cada vez que un rey
lograba reunir Galicia, León y Castilla en un reino único, a su muerte este
reino se dividió otra vez entre sus hijos y el largo proceso de integración
(con guerras fratricidas por medio) empezaba de nuevo. Si a todo esto añadimos
que en muchas ocasiones reyes cristianos y musulmanes se aliaron para luchar
contra los suyos y que muchos caballeros cristianos luchasen al servicio de
reyes musulmanes contra otros cristianos (como auténticos mercenarios), podemos
definitivamente quitar la bandera religiosa a la llamada
"Reconquista". El más famoso de los caballeros mercenarios fue sin
duda el Cid Campeador, cuyo mismo apodo ya indicaba su íntima relación con el
mundo islámico ( Cid de Sidi =Señor) y que fue menos paladín del rey de
Castilla y del cristianismo de lo que cuenta la leyenda.
Además de la gran diferencia cultural entre el Norte y
el Sur, se acentuó también a partir del siglo XII una diferencia substancial en
como entender el cristianismo. Hasta entonces todos los cristianos habían
compartido el rito godo, el cual por presiones de Roma fue prohibido en los
Reinos de Castilla y León en el Concilio de Burgos (1085) y sustituido por el
rito romano. A partir de ahí el antiguo rito godo fue conocido como rito
mozárabe, y cuando - como resultado del avance territorial - los mozárabes
fueron en los dos siglos siguientes paulatinamente incorporados a los estados
cristianos, les acompañaba, por su rito antiguo ya olvidado en el Norte, un
cierto tufo de herejes.
Que las cosas no llegaron a mayores, demostró la
tolerancia religiosa de la época, muy superior a la que llegó a ser la norma en
tiempos posteriores. Aparte de esto ya en aquellos tiempos "Espanna"
era diferente hasta tal punto que mantenía - aparte del islámico en el
Al-Andalus - hasta el siglo XV su propio calendario, la "era
hispánica" que se remontaba al año 38 a.e.a. (fecha en que Augusto
consideraba terminada la conquista de Hispania)- diferente al cristiano que ya
se había impuesto en el resto de la Cristiandad- por esto muchas fechas de la
historia española medieval son dudosas por no haber sido debidamente adaptados.
Por ejemplo, hay versiones de "El cantar (o poema) del (Mío) Cid", en
donde la fecha en la última regla: "Per Abbat le escribió, en el mes de
mayo, en era de mil y CC[C]XLV", es interpretada literalmente como 1345 (o
1245, ya que existan dudas sobre la tercera C) y otras en que - sin dar ninguna
explicación del porqué del cambio- se da la fecha de 1307 d.n.e
(1207).
Otra vez hay que plantear la pregunta de si en toda
esta época medieval hubo un sentimiento de unidad y nacionalidad
española. Y la respuesta tiene que ser claramente negativa. ¿Como podía ser de
otra forma si hasta la Cristiandad española estaba regularmente dividida en un
sinfín de reinos y condados que, muchas veces aliados con reyes moros, se
dedicaban a hacerse la guerra. Es verdad que Sancho III el Mayor de
Navarra, Alfonso VI de León y Castilla y Alfonso VII de Castilla y León
lograron reunir buena parte del territorio cristiano occidental, como también
es verdad que cada uno de ellos lo dividieron de nuevo entre sus hijos al morir
dando lugar cada vez a auténticas guerras fraticidas. El último, además creó
ingenuamente una nueva división nunca superada (excepto el periodo que va de
1580 a 1640) al dar el entonces condado de Lusitania (Portugal) como dote a su
hija Teresa con ocasión de su boda. Los tres monarcas mencionados se
proclamaron como "Constitutis Imperator Super Omnes Hispanie
Noationes", como también lo hizo, casi al mismo tiempo que Alfonso VII,
Alfonso I de Aragón ("el Batallador"). Todas estas "auto-
proclamaciones" fueron en su tiempo consideradas como patrañas
megalómanas, ya que para todo el mundo la palabra "Espanna" tuvo
entonces solamente un sentido geográfico y un Imperio "Espanna" tenía
que incluir forzosamente toda la península. Tan poco sentido tuvieron estos
títulos que siempre se hacen referencia a los monarcas en cuestión como reyes y
nunca como emperadores. Por otra parte tampoco la palabra "Espanna"
tenía mucha resonancia política. En el "Mío Cid", aparece solamente 5
veces, infinitamente menos que la palabra "Castiella"; igualmente
toda referencia a Alfonso VI siempre toma la forma de " el rrey
Alffonsso" y nunca la de "Emperador". Fernando III nunca se
sentía tentado a seguir el camino imperial y ni siquiera Alfonso X, no obstante
su frustrado intento de hacerse con el trono del Sacro Imperio Romano
(Germánico) para el cual fue finalmente elegido Rodolfo de Habsburgo
(sic).
Si definimos un Imperio como un súper-estado (federal
o confederal) elementos reinos, ducados, condados, Señorías y hasta Obispados
autónomos; plurinacional, pluri-étnico y multilingüe - no necesariamente
monárquico, y el Imperio Romano nunca dejo de ser, por lo menos formalmente,
República! - entonces el primer candidato en la Península Ibérica a esta distinción
fue la Corona de Aragón. Con 2 reinos y un condado en la península, el Reino de
Mallorca, reinos en Italia y dos ducados en Grecia (Atenas y Neopatria), la
Corona de Aragón constituyó sin ninguna duda un auténtico Imperio, si no
"espannol" por lo menos mediterráneo. El segundo candidato no fue
como se podía pensar la bi-monarquía Castellana-Aragonesa de los Reyes
Católicos. No hubo bajo la pareja católica ninguna unidad política entre las
dos partes, más bien hubo una federación personal. La famosa frase "Tanto
monta, monta tanto Isabel como Fernando", además de ser incorrecta - las
palabras originales se limitan a "Tanto monta" - no eran tampoco
verdad. Mientras que Isabel en la Corona de Aragón era simplemente reina
consorte, Fernando en Castilla era co-rey con casi los mismos poderes que
Isabel, resultado del indudable talento político maquiavélico de aquel ( no por
nada era el Príncipe en que se inspiró Maquiavelo). Cuando en 1474 murió
Enrique IV se entabló inmediatamente una guerra civil entre los
partidarios de Isabel (declarada heredera del trono en 1468 en el Tratado de
los Toros de Guisando) y la discutida hija de Enrique (el
"Impotente"), Juana, apodada "la Beltraneja", ya que
supuestamente Beltrán de la Cueva, valido del rey, había ayudado también al rey
en el cumplimiento de sus deberes matrimoniales. Fernando, que se había
casado con Isabel 5 años antes y que todavía no había heredado el trono
Aragonés, se aprovechó de las circunstancias y se presentó en Segovia
reclamando el trono castellano para sí, por ser, como primo segundo, el
pariente varón más próximo de Enrique IV. Además, curiosamente, como nieto de
Fernando de Antequera (Trastamára) y con abuela y madre castellanas, Fernando
era castellano por los cuatro costados, contraria a Isabel que era mitad
portuguesa. La jugada resultó solamente a medias, pero lo suficiente para
que un laudo conocido como "Concordia de Segovia" otorgó
a Fernando casi los mismos poderes que a Isabel. De todas formas, la pareja ni
siquiera adoptó, una vez heredado
Aragón por parte de Fernando (II), el título de reyes
de España, habida cuenta que el nombre de España, igual que en siglos
anteriores, seguía aplicándose a toda la península y, para integrar este
título, faltaban aún Navarra, Portugal y Granada.
Carlos lo tuvo peor todavía. Heredó, los tronos de
Castilla (con la Navarra peninsular y Granada ya incorporadas) y Aragón por un
incomparable cúmulo de coincidencias y suertes. En Castilla el camino le fue
facilitado por la muerte de su tío Juan, seguido por la de su primo Miguel de
Portugal (la gran esperanza de Isabel y Fernando para reunir todos los tronos
españoles en un monarca); mientras que la muerte del hijo de Fernando y su
segunda esposa, Germana de Foix, Juan, le aseguró la Corona de Aragón. No
obstante, no se hizo nunca - en términos legales- con Castilla, ya que hasta la
muerte de su madre Juana (la "Loca"), que seguía siendo la
verdadera reina, él era más una especie de rey asociado, regente o
gobernador, que Rey en sentido estricto. Pero no hay duda que ostentaba todo el
poder y para no verlo mermado en ningún momento se ocupó - manteniéndola, como
buen hijo renacentista, aislada en Tordesillas - en asegurarse que Juana no
recuperase nunca la cordura. Como la muerte de Juana coincidió casi con la
abdicación de su hijo, el Emperador, fue su nieto, Felipe II, indirectamente,
su verdadero heredero.
La muerte del pequeño príncipe Manuel de Portugal
(1500), convirtiendo el ya nacido hijo de Juana en heredero, fue probablemente
uno de los hechos más cruciales de la historia moderna de la península ibérica.
En vez de lograr la tan ansiada unificación de España, la apariencia de la casa
de Hapsburgo involucró Castilla y Aragón en asuntos del Imperio Germánico,
completamente ajenos a sus verdaderos intereses, que fueran el origen de su
futura decadencia.
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